Anastasia aprovecha la coyuntura para indagar más en mi pasado con Leila. Todo lo que no se atreve a preguntar directamente acaba encontrando su propia vía para saciar su insaciable curiosidad en lo que a mi pasado se refiere. Más, cuanto más detesta ese pasado en el que escarba.

- ¿Y por qué la tienes todavía? -pregunta como di nada, batiendo los huevos.
- Porque lo cierto es que me gusta la canción. Pero si te hace sentir incómoda, la borro. No tienes más que decirlo, Ana.
- No, no me molesta. Además, me gusta cocinar con música.

Por una vez consigo que mi empatía vaya por delante del desconcierto que las reacciones de Anastasia me provocan, y decido que lo mejor es cambiar de música. Diga lo que diga, tanto mi pasado, como Leila, son un tema tenso, incómodo, y por desgracia, recurrente. Me acerco al iPod dispuesto a cambiar de música.

- ¿Qué te apetece escuchar, nena? -noto un gesto de alivio en su rostro al comprender que cambio la música de Leila por cualquier cosa que ella quiera escuchar.
- Sorpréndeme -responde con una sonrisa en la cara.

Desbloqueo la pantalla y recorro una por una las listas de reproducción grabadas en el aparato. Lo cierto es que muchas de ellas las creó Leila cuando aún éramos Amo y sumisa. Cielos, ha pasado tanto tiempo desde entonces, tantos meses en los que apenas he escuchado música. De no haber sido así, me habría dado cuenta antes de que había dejado todas estas carpetas aquí, en cierta medida, para mí. Algo así como un mensaje en una botella, lanzado con puntería de arquero a la playa en la que seguro alguien lo recogerá. Pero yo nunca lo recogí. No entendí ninguno de los mensajes ocultos de Leila, porque simplemente, no me interesaba. Ahora todo es diferente.

Nina Simone, i put a spell on you. Perfecto. Este tema es perfecto.

La voz melosa de Nina susurra casi I put a spell on you, because you are mine. You better stop the things you do, I ain’t lying…

Despacio me acerco a ella, sintiendo cómo el aire se hace más ligero cuanto más cerca estoy de su cuerpo. El ritmo del baile de sus caderas ha tomado una cadencia distinta, más suave, más acorde con la voz de la dama disidente del blues, la rebelde del jazz. Sus nalgas dibujan símbolos perfectos de infinito, un ocho que se engancha con el siguiente. Infinitos, como las ganas que tengo yo de arrancar esos pantalones de su cuerpo y dejar el baile en libertad.

- Christian, te lo pido por favor… -parece haber adivinado mis intenciones.
- ¿El qué me pides por favor? -quiero escucharlo de sus labios carnosos. Quiero que me diga, si se atreve, que no me desea tanto como yo a ella. No podrá hacerlo. Sé que me desea con la misma locura que yo.
- Por favor, no hagas eso -sigue, críptica, evitando mi mirada.

Me coloco frente a ella, forzando el contacto visual. Dios, cómo me pone de caliente está mujer. Estoy al borde de mi autocontrol.

- ¿El qué? -insisto yo, mientras clavo mis ojos en el arranque de su escote.
- Esto, Christisn. No hagas esto.
- ¿Estás segura? -sus ojos por fin encuentran los míos, y la locuaz Anastasia se queda, por una vez, sin repuestas.

Entonces reparo en que aún tiene el batidor en la mano. Tal vez en otra ocasión, con otros usos, pudiera ser divertido, pero no ahora. Se lo quito de las manos y lo deposito en la encimara, al lado del bol con la comida a medio preparar. Ella se deja hace, y suspira, presa del mismo hechizo que Nina Simone canta en mi iPod.

- Te deseo tanto, Anastasia… Adoro y odio discutir contigo. Esto es muy nuevo para mí, es la primera vez que me encuentro en esta situación, y necesito estar seguro de que estamos bien -Ana baja de nuevo la mirada al suelo, así que insisto-. Necesito saber que tú y yo estamos bien. Y sólo sé hacerlo de esta forma.

Anastasia resopla y entiendo su frustración. Así es como yo gestiono mis relaciones: en la cama. Con el sexo. Con mi torpe forma de demostrarle que la amo, a pesar de que ella no lo entienda. Con cortes de pelo si es lo que quiere, con cenas en el suelo si así se le antoja. Y poseyéndola. Pero claramente ella preferiría otra cosa.

- Mis sentimientos por ti no han cambiado, Christian.

Aliviado me reafirmo aún más en mi postura frente a ella. No hay más, nadie ni nada. Estamos solos, el uno frente al otro, y la tensión entre los dos podría cortarse con un cuchillo. Pero ella no quiere hacerlo así. Acaba de decírmelo.

- Ana, no voy a tocarte hasta que no me lo pidas -es mi forma de respetar su “no hagas eso”. Será ella la que lo haga, y apuesto a que no tardará mucho en hacerlo-. Pero ahora mismo, después de la mañana horrible que hemos tenido, lo único que quiero es hundirme dentro de ti y olvidarme del resto del mundo. De todo lo que no seamos tú y yo.

Anastasia me devuelve la mirada pero esta vez no hay desafío en sus ojos.

- Voy a tocarte. La cara -dice, de repente.

Sin atreverme a contradecirla, sin atreverme a decir que no y a dar un paso atrás, alejarme, asiento levemente. Tal vez es el momento de dejarme llevar, de probar mis límites. Y definitivamente, Anastasia necesita alguna concesión. Casi con terror veo como una mano temblorosa se alza entre nosotros, hacia mi rostro. Los músculos de mi espalda se tensan, presas de la novedad, la incertidumbre y el rechazo. Cierro los ojos para evitar un mal mayor, y la dejo hacer. Una mano suave alcanza mi mentón, la parte inferior de mi barbilla, y deposita una caricia muy suave en mi cara. Joder, me está tocando. Me está tocando sin reglas, sin límites, sin saber cuándo parará, ni qué gesto tendré que hacer yo para indicarle que pare. Y sin embargo, joder, sienta bien.

Su mano está muy quieta en mi mandíbula temerosa del rechazo, supongo. No se mueve así que soy yo el que recuesto la barbilla en la palma de su mano, forzando una caricia. Sin abrir los ojos, me inclino hacia delante buscando sus labios, confiando en que el hechizo mutuo que padecemos, que provocamos, una nuestros labios.

Y así es. Noto el aliento fresco de Anastasia muy cerca de mi boca, y pregunto una vez más.

- ¿Sí o no, Anastasia? Si quieres que te toque tendrás que pedírmelo.
- Sí, Christian. Sí.

Y entonces, al fin, me dejo llevar. Anastasia aparta su mano de mi rostro mientras me inclino aún más sobre ella, rodeándola con mis brazos y hundiendo mi lengua en un profundo beso en los más oscuro de su boca. Ana se deja besar deja que sea yo el que domine el vaivén de su cuerpo, el movimiento de sus caderas, que atraigo con fuerza hacia mi entrepierna, que encierra ya una tremenda erección, que puja por ser liberada.

- Señor Grey, disculpe -una voz grave suena desde la puerta.

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2 Comentarios

  1. MARY dice:

    horale con los alimentos……

  2. GABY dice:

    La verdad es que al igual que la querida Anastasia,yo tampoco quisiera comer en ese instante tan perfecto e intimo (e interrumpido también) de total sumisión de parte de Christian.

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