Le he ordenado a Anastasia que me pidiera que la azote.

—Azótame, por favor… señor —ha dicho en voz baja.

Mi excitación crece al escuchar esas palabras. Lo disfruto mucho.

La agarro del brazo, tiro de ella y la pongo sobre mi regazo. Ella se entrega expectante.

Le acaricio el trasero, mientras me aseguro que esté bien sujeta. Veo la curva de su cintura y su espalda que se asoma.

Anastasia está nerviosa, pero entregada. Su cintura se arquea como la de una gata y su culo se para sobre mi regazo. Lo acaricio, saboreando con suspenso, el azote que le daré.

La tomo del pelo y lo quito de su cara. Luego, hago que tire la cabeza hacia atrás y me mire.

—Quiero verte la cara mientras te doy los azotes, Anastasia —le digo.

Ella obedece y mantiene sus ojos hacia los míos.

Le aprieto el sexo y gime agradecida.

Es maravilloso que todo haya surgido a partir de una sugerencia de ella. Esto hace que me guste más, porque significa que, lentamente, Anastasia se va entregando al pacto del amo y la sumisa.

Y está perdiendo el miedo.

Sus gemidos se agudizan.

—Esta vez es para darnos placer, Anastasia, a ti y a mí —le digo con convicción.

Asiente con la mirada.

Levanto la mano, tomo envión y doy la primera palmada que resuena en mis oídos.

Anastasia tiene todavía dentro de ella las bolas chinas y, seguramente, esto cambiará las sensaciones.

Tiro un poco más de su pelo para no perderme nada de sus expresiones. Gime y entrecierra los ojos.

Su gesto se contrae y me pene se endurece un poco más si eso es posible.

No recuerdo haber sentido este placer azotando a ninguna de mis otras sumisas.

Acaricio nuevamente su culo y siento deseos de morderlo, pero me contengo. La redondez de sus curvas me hacen delirar.

Doy un nuevo golpe, esta vez con más dulzura. Apenas una palmada que la hace vibrar.

Ahora me concentro en su placer, en hacer los movimientos necesarios para enloquecerla.

Pruebo con un ritmo sostenido: izquierda, derecha, abajo.

Luego de cada palmada, aprovecho para toquetearla. Mi manoseo la humilla y sus ojos me suplican que lo siga haciendo.

Está muy excitada y no parece sentir el dolor. Su expresión es de puro placer.

Entonces, avanzo.

Muy lentamente comienzo a bajarle las bragas.

Ella empieza a desesperarse.

Eso hace que disminuya más la velocidad. Me gustan sus movimientos desesperados.

Observo cómo sus piernas se retuercen sobre mí

Deseo penetrarla para calmar sus contorciones espasmódicas, pero me contengo.

Finalmente, saco sus bragas.

Ahora, ante mi vista, queda su culo desnudo esperando nuevos azotes.

La acaricio primero.

Luego, separo la mano y…palmeo con fuerza.

Ana parece quejarse de placer cuando recibe el azote.

Retomo el ritmo propuesto. Izquierda, derecha, abajo.

Voy de suave a cada vez más intenso.

Ana delira. Le tiro un poco más del pelo. Ella gime.

Guardo este momento con la mirada. Esta imagen tiene que quedar guardado en mi memoria, oh, sí.

—Buena chica, Anastasia —le digo.

Mi respiración está cada vez más alterada. Cada nuevo encuentro la deseo más y más.

Nuevos azotes, cada vez más precisos y fuertes.

Y, entonces, de repente, de manera inesperada, agarro el cordel y tiro, quitándole las bolas chinas.

Puedo notar que casi alcanza un orgasmo. No sé si lo reprime o si solo no sucede.

Lo prefiero así. Quiero verla correrse conmigo dentro de ella.

La doy vuelta. Lo hago rápido y ella responde.

Me pongo el condón. Pongo sus manos por encima de su cabeza.

Ahí, sobre ella, la penetro con mucha delicadeza.

Su gemido es largo y sostenido.

—Oh, nena —le digo al oído.

Entro y salgo, entro y salgo. Lo hago despacio y me aseguro de que lo está disfrutando.

Su cuerpo se contorsiona debajo del mío.

Inesperadamente y antes de lo que esperaba, Anastasia llega al clímax y me lo hace saber con un fuerte gemido.

Las inesperadas contracciones sobre mi pene hacen que yo también me entregue a un orgasmo desesperado.

—¡Ana!—grito, mientras me vacío en ella.

De a poco me voy recuperando. La miro.

—Me ha gustado —le digo. La beso suavemente.

Me quito el condón. Me levanto y voy hacia el baño, pero antes me aseguro de taparla con el edredón. Quiero que se sienta reconfortada.

Vuelvo con la loción.

Me siento en la cama.

—Date la vuelta —le indico.

Quiero que se sienta cuidada. Y que esté bien.

Ella bosteza.

Su culo queda frente a mí. Es una maravilla.

—Tienes el culo de un color espléndido —le digo a modo de cumplido.

Sé que hay un pacto entre nosotros y que ahora tendré que contarle algo. La idea me fastidia.

—Déjalo ya, Grey — me dice entre agotada y malhumorada.

—Señorita Steele, es usted única estropeando un momento— ironizo.

—Teníamos un trato—me recuerda.

—¿Cómo te sientes?

—Estafada.

Suspiro. No quiero recordar nada de eso. Pero algo le tendré que contar.

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