No puedo por más que sonreír. Tampoco está de más que compruebe que hay otro tipo de hombres controladores, y que yo no pertenezco al grupo de los malos.

- ¿Los cien mil dólares que te prestó eran de su marido? –continúa Anastasia.

Asiento con un leve movimiento de cabeza. Pocas cosas me han resultado tan satisfactorias como levantar de la nada un imperio de las dimensiones del que domino bajo el nombre de familia, financiado con el dinero de aquel cabrón. Me propuse ganar cada dólar costara lo que costara sólo por el placer de ver cómo el jodido señor Lincoln veía aumentar una fortuna que él había ayudado a generar. Sin saberlo. Mía, de aquel chaval al que quiso humillar. Al que pensó que podría humillar. Gracias a Elena, Grey Enterprises Holdings es lo que es hoy, y no hay golpe, no hay dolor, no hay insultos proferidos que puedan cambiarlo.

Freno al llegar a la entrada del aparcamiento subterráneo del Escala. La barrera se levanta lentamente después de reconocer el código de la matrícula del coche de Anastasia.

- Pero entonces podría decirse que lo robasteis. Eso es horrible –continúa Anastasia, y por su tono de voz sé que no aprueba lo que hicimos. Pero también sé que no aprobaría nada que viniera de Elena, y mucho menos si en ese algo estuviera involucrado yo también.

- Él también tenía sus líos, no vayas a creerte, no era ningún santo.
- ¿Qué tipo de líos? –no va a parar, pero por suerte ya hemos llegado, y puedo dar por terminada la charla sobre mi pasado con Elena. Y justo a tiempo para no contestar aparco el coche al lado de mi propio Audi.

- Vamos, nena.

Hay cosas que no le quiero contar. Cosas que me unieron a Elena de por vida, y no me refiero exclusivamente al sexo. Elena me salvó de mí mismo, a pesar de que eso supuso no solamente el fin de un matrimonio largó tiempo atrás roto, el suyo, sino que la expuso a una paliza brutal, a una humillación pública, al intento de destruirla totalmente. Y fue él, el mismo hijo de puta que nunca se ocupó de ella, más que para comprobar que era la acompañante más bella en cada fiesta. Que lo era. Vaya si lo era. El mundo no ha conocido muchas mujeres de la talla de Elena Lincoln, y ese cabrón nunca la mereció.

Cojo la pequeña maleta de Anastasia del maletero y nos dirigimos al ascensor. Cuando se cierran las puertas la miro casi con vértigo. Revivir estas historias tan lejanas me hace pensar en lo poco que hace que nos conocemos y de qué manera lo que estamos viviendo juntos nos ha unido. Cuando la encontré quería una sumisa. Ahora… ahora todo es tan nuevo y tan rápido que no sé clasificarlo. Anastasia es un misterio para mí. Pasa del amor a la rabia, de la pasión al reproche, de la curiosidad al miedo.

- ¿Aún estás enfadada conmigo? -pregunto tratando de saber sobre qué clase de arenas me muevo.
- Sí. Y mucho -responde.

Pero, ¿cuál es ahora el motivo? No tengo claro si está enfadada porque la he llevado a la Esclava, porque Leila fue mi sumisa y la ha acosado, porque he comprado la editorial para la que trabaja, porque le he comprado un coche, porque no dejo que me toque… La lista es casi infinita. Así que opto por dejarlo estar, y esperar a que, como siempre, la montaña rusa de sus emociones la devuelva a un puerto tranquilo. Con la de ratos buenos que hemos pasado en ascensores, y ahora este frío…

- Vale.

Taylor espera en el vestíbulo cuando se abren las puertas del ascensor. Nos hace una leve reverencia con la cabeza a modo de saludo y coge de mi mano la maleta de Anastasia, y advierto bajo la manga de la chaqueta que lleva una pequeña pulsera de hilos de colores. Taylor tiene una hija a la que apenas ve, salvo los fines de semana. Y hoy es sábado. El detalle en su muñeca me hace pensar que tal vez este contratiempo con Leila ha interrumpido también su visita.

- ¿Ha dicho algo Welch? -pregunto chequeando mi móvil, para comprobar que a mí no me ha dicho nada.
- Sí, señor -responde Taylor.
-¿Y?
- Todo está arreglado, señor.
- Me alegro. Por cierto, Taylor, ¿cómo está tu hija?
- Está bien, gracias señor –el chófer detecta mi mirada a su pulsera, y se ajusta la camisa y la chaqueta para cubrirla.
- Taylor, por cierto, a la una vendrá el peluquero, Franco de Luca. Hágale pasar a la habitación de la señorita Steele.
- Ningún problema señor Grey. Avisaré a seguridad inmediatamente. Señorita Steele -saluda a Anastasia con un gesto de la cabeza.
- Hola Taylor. No sabía que tenías una hija -le dice a Taylor pero mirándome a mí, con un gesto de sorpresa.
- La tengo, señorita.
- Ana… -intento atraer su atención para que Taylor vuelva al trabajo, ella se prepare para el corte de pelo y yo me ponga al día de los avances que ha hecho, Welch pero no hay forma.
- ¿Cuántos años tiene? -pregunta Anastasia, curiosa.

Suficiente. Si quieren cotillear que lo hagan. Ellos. Yo voy a hacer lo que tengo que hacer. Empezando por avisar al doctor Flynn de que puedo necesitar su ayuda en no mucho tiempo. Les dejo en el vestíbulo cuchicheando, y me marcho.
- Tiene ya siete años. Vive con su madre -Taylor responde a sus preguntas indiscretas con una sonrisa. Tengo la sensación de que Anastasia le gusta. Nunca se había comportado así con las demás mujeres.
- Ah, ya entiendo -me parece escuchar el final de la conversación desde el salón, pero lo cierto es que no tiene el más mínimo interés para mí. Enciendo el ordenador y el programa de vigilancia salta inmediatamente en las pantallas: imágenes en blanco y negro de la entrada del Escala, del edificio en el que se encuentran las oficinas centrales de Grey Enterprises, el portal de Anastasia y la entrada de SIP. Busco en el menú desplegable del panel de control el resto de los puntos de vigilancia propuestos por Welch, aquellos en los que las cámaras están instaladas.

- Hola -dice tímidamente Anastasia desde la puerta que separa el salón del despacho. Parece ser que su cuchicheo con Taylor ya ha terminado.
- ¿Tienes hambre? -le pregunto mirando de reojo el reloj del ordenador. Son más de las doce, y Franco estará a punto de llegar.
- No -contesta.
- Como quieras, Ana -mi BlackBerry empieza a vibrar en sobré el escritorio. Es Welch-. Ve al salón, ponte cómoda. Tengo que hacer unas cuantas llamadas.
- De acuerdo -dice a media voz, y se marcha.

Por un momento me quedo mirándola alejarse en dirección al salón, tratando de borrar de mi memoria la última vez que ella estuvo allí. Que los dos estuvimos allí. ¿Qué pensará ella cuando entre allí de nuevo?

- Señor -Taylor golpea con los nudillos el marco de la puerta, y me alarga su propio teléfono móvil-, lamento la intromisión, pero Welch está tratando de dar con usted.
- Gracias Taylor. Cuelga, le llamaré yo.

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2 Comentarios

  1. MARY dice:

    Ha, esos celos de Christian…

  2. rosafermu dice:

    Deduzco que Christian estuvo enamorado de Elena, que no solo fué sexo, y que continúa pensando que es irracional el odio de Ana. Muy bien relatado, como siempre Es fantástico. Gracias

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