Cada vez mi paso se acelera más. Me encanta llevar a Anastasia sobre mi hombro. Hace que la sienta mía, completamente mía.

Finalmente llegamos a la casita del embarcadero. Prendo las luces.

Subo muy rápido las escaleras. Estoy impaciente.

Llegamos al cuarto en el piso de arriba. Prendo las luces regulables de la buhardilla.

Estoy excitado y traerla cargada sobre mi hombro a toda marcha me ha cansado. Respiro con cierta dificultad. Pero, por supuesto, nada me impedirá hacer lo que sigue a continuación.

Estoy muy enfadado y ahora mismo ella lo sabrá. Y me compensará por eso.

Tendrá que pagar:

1) No haberme dicho nada sobre ese supuesto viaje a lo de su madre.

2) Por haber salido con ese fotógrafo a quien llama su amigo, pero que no inspira ninguna confianza como tal.

3) Por haber cerrado las piernas, hace apenas un rato, cuando intentaba tocarla.

La bajo de mi hombro y la dejo de pie, ahí, junto a mí.

Ana me mira expectante. Sabe que voy a atacar y lo espera, nerviosa.

De repente, suelta la frase más inesperada.

—No me pegues, por favor —dice temerosa.

….

[sociallocker]

Para mi absoluta sorpresa, está asustada. Intento descubrir si lo dice de verdad. Y sí, lo dice de verdad. No sé qué responder.

—No quiero que me azotes, aquí no, ahora no. Por favor, no lo hagas—dice, para terminar de confirmármelo.

Sus palabras me quiebran por dentro. Una sensación rara se instala en mí. Es extraño, pero no tengo capacidad de reacción.

Entonces, extiende el brazo y me acaricia la mejilla con suavidad.

No comprendo lo que me pasa, pero me dejo llevar.

Cierro los ojos y apoyo mi cara sobre su mano. De repente, me siento bien, pero perdido.

Con la otra mano, comienza a acariciar mi pelo. Todo se desmorona y es una mezcla extraña entre sentir que pierdo el control y que, al mismo tiempo, eso me gusta y me seduce.

Su suavidad me transporta hacia algún lugar remoto y desconocido.

Algo me asusta y me atrae.

Abro lo ojos. La observo. Me mira con dulzura. Siento que no merezco esa dulzura, pero ella me la da sin pedir nada a cambio.

No comprendo por qué lo hace.

Sin embargo, continúa. Se la ve tranquila y segura y eso me calma a mí también.

Se acerca aún más y comienza a besarme. Su lengua se mete en mi boca, pero lo hace con tanta suavidad que me descoloca.

Trato de entregarme y me resulta ajeno a lo que soy. Saca algo de mí que desconozco.

La abrazo, la sostengo fuerte contra mi cuerpo. La tomo de la cabeza, meto mis manos entre su cabello. El beso se vuelve más intenso. Las lenguas se entrecruzan en movimientos perfectos. Encajan.

Es una sensación maravillosa. Pero no puedo entenderla.

Algo dentro de mí suelta una alarma. Algo que indica que está bien, pero que no debería estarlo.

Entonces, la suelto. Me echo para atrás y la miro.

Ella baja sus manos hacia mis brazos.

—¿Qué me estás haciendo? —le pregunto en voz baja.

—Besarte.

Su respuesta suena certera. Como si ella supiera algo en este momento que yo desconozco.

Recuerdo todos sus rechazos.

—Me has dicho que no— le digo confundido.

Me mira extrañada. De repente, se sale de esa paz que tenía.

—¿Qué? ¿No a qué?

—En el comedor, cuando has juntado las piernas.

La imagen vuelve a mí. Algo imposible de explicar me ha provocado su rechazo.

—Estábamos cenando con tus padres.

Habla con absoluta naturalidad, como si fuera algo evidente, algo que esperaría de cualquier mujer. Y ahí comprendo que, lejos de ser lo esperable, nunca me había sucedido.

—Nadie me ha dicho nunca que no. Y eso… me excita.

Mientras lo digo, comienzo a entenderlo. No me había dado cuenta antes. Su rechazo me ha excitado. Es abrumador.

De inmediato, la tomo del culo con fuerza y la atraigo hacia mí, para que sienta la erección que me provoca.

—¿Estás furioso y excitado porque te he dicho que no? —me pregunta sorprendida.

—Estoy furioso porque no me habías contado lo de Georgia. Estoy furioso porque saliste de copas con ese tío que intentó seducirte cuando estabas borracha y te dejó con un completo desconocido cuando te pusiste enferma. ¿Qué clase de amigo es ese? Y estoy furioso y excitado porque has juntado las piernas cuando he querido tocarte.

Me mira y parece que se le escapa una sonrisa luego de escucharme. No la dejo reaccionar y subo, lentamente, su vestido. Mientras lo hago, recuerdo, de repente, que no lleva bragas.

—Te deseo, y te deseo ahora. Y si no me vas a dejar que te azote, aunque te lo mereces, te voy a follar en el sofá ahora mismo, rápido, para darme placer a mí , no a ti.

No comprendo que he sentido hace un momento, cuando me acariciaba con dulzura. Sin embargo, ahora mi excitación es tan clara y poderosa que lo único que existe en el mundo es follarla. Y así lo haré.

Cojo su sexo con la mano y le meto un dedo muy despacio. Esta excitada tanto como yo.

—Esto es mío. Todo mío. ¿Entendido?—le digo, volviendo a tomar el absoluto control de la situación.

Me quedo observándola fijamente. Entro y salgo de ella con mi dedo. Su mirada se va retrayendo, pero no baja la vista. Sus ojos se van perdiendo en la excitación.

—Sí, tuyo —responde. Me encanta escuchar eso.

Y comienzo a disfrutar de verla cada segundo más y más excitada.

Entonces, la tumbo en el sofá, me bajo la cremallera del pantalón y me tiro encima de ella.

—Las manos sobre la cabeza —le digo con rapidez.

Saco el condón. Estoy desesperado. Quiero estar ya mismo dentro de Anastasia.

Ella responde a mis órdenes. Eso me hace bien. Necesito sus manos sobre su cabeza. No puedo permitir que me toque. Simplemente no puedo hacerlo.

[/sociallocker]

Si te ha gustado, compártelo!
FacebookTwitterGoogle+

Recibe los capítulos directamente en tu buzón

 

0 Comentarios

Deja un comentario.

Deja un comentario