Anastasia está recostada sobre mi pecho. Estamos en el suelo. Miro el techo de la habitación del placer.

Recuerdo el día en que la conocí. Cuando me preguntó si era gay. Quería a darle unos azotes como respuesta.

Su forma de ser era cándida y al mismo tiempo todo sugería que se trataba de una sumisa.

He intentado varias veces no dejarla entrar a mi mundo. Pero es verdad, cuando algo tiene que suceder, sucede. Nada podemos hacer por impedirlo.

La he seguido, le he mandado regalos. Ha intentado rechazarlos y no pudo. Simplemente algo sucedía.

Recuerdo cuando subimos al Charlie Tango. Yo, Christian Grey, llevando a una mujer en mi helicóptero. Nunca pensé que sucedería. Y también sucedió.

Anastasia me miraba y creía que había encontrado a su príncipe azul. Pero ahí estaba yo con las cincuenta sombras que habitan en mi ser.

Quise protegerla, advertirle. Quiso escaparse.

Luego, enterarse que era virgen. Y avanzamos. Los dos hemos querido avanzar, incluso a pesar nuestro. Eso pasa muy pocas veces. Eso solo sucede cuando…

Siento que Anastasia se recupera sobre mi cuerpo. Abre los ojos. La desato y doy como inaugurada esta nueva Ana, la Ana que pertenece a mi mundo.

Ella ríe cuando lo digo. Se frota las muñecas.

Su risa quiebra una de las sombras que están dentro de mí. Me siento más cerca de ella. Me encanta escucharla reír.

Yo también sonrío.

—Qué sonido tan hermoso —le digo.

Me siento y la siento a ella en mi regazo.

La muevo suevamente hacia un costado, para poder masajearle los hombros.

Me gustaría que Ana riera más. No soy bueno para ella.

De repente, mis pensamientos salen.

—Eso es culpa mía —le digo, mientras le doy un buen masaje para que se recupere con cuidado.

La sorprende lo que digo. Se da vuelta y me mira extrañada, tratando de comprender qué es lo que digo.

—Que no rías más a menudo— le aclaro.

No parece preocupada al respecto.

—No soy muy risueña —me responde.

Está cansada, se le nota en la mirada y en el tono de voz.

No quiero que sufra por mi culpa. Me gustaría verla feliz. Me encanta su risa y su alegría. Sé que no puedo decirle esto.

Pero sí puedo decirle que me gusta escucharla reír.

—Oh, pero cuando ocurre, señorita Steele, es una maravilla y un deleite contemplarlo.

—Muy florido, señor Grey —responde.

Le cuesta mantener los ojos abiertos. Su cuerpo está debilitado. Pese a eso, no pierde su brillo.

No puedo dejar de sonreír mientras la observo.

—Parece que te han follado bien y te hace falta dormir.

—Eso no es nada florido —dice fingiendo estar enfadada, aunque claramente lo hace bromeando.

Oh, sí, soy esto. Mis sombras están aquí y me gustaría que se fueran y me dejaran disfrutar de su candidez. Pero no puedo.

Con mucho cuidado, la quito de encima de mí y me levanto.

Ana me observa, contempla mi cuerpo. Me gusta que lo haga.

Me pongo los vaqueros.

—No quiero asustar a Taylor, ni tampoco a la señora Jones —le digo.

La ayudo a levantarse. Se nota que está débil.

La llevo hasta la puerta. Le pongo la bata gris.

Anastasia deja vestirse como si fuese una niña pequeña. Disfruto de tenerla entre mis brazos y arroparla.

Sus brazos están débiles, apenas si puede moverlos.

Ato la bata con delicadeza. Hoy, Anastasia ha hecho mucho por mí y quiero recompensarla con dulzura.

Cuando termino de arreglarla, le doy un beso suave. Y sonrío.

—A la cama —le digo.

Me observa con terror.

—Para dormir —le aclaro para que se tranquilice.

En algún punto me halaga que creo que podría seguir follando. Tal vez, podría, porque esta mujer me encanta, pero, realmente, estoy exhausto.

La cojo en mis brazos. Ella se apoya en mi pecho, buscando refugio. Me gusta que lo haga, me encanta protegerla.

Lentamente la conduzco hacia su habitación. Anastasia se deja llevar, entregada a mis decisiones.

Su cuerpo está flojo, apenas si puede sostener su cabeza, que por momentos cuelga.

Me acerco hacia su cama. Retiro el edredón.

De repente, el tiempo se detiene.

¿Qué hago? ¿Qué debo hacer?

Anastasia está agotada. Podría dejarla aquí, darle un beso que sea dulce e irme a mi cama. Creo que no tendría problema por eso.

La miro. Sus ojos están cansados. Me parece tan hermosa la pequeña sonrisa que se dibuja en sus labios…

La pausa se termina. La tumbo en la cama.

Ella se deja acostar. No pide nada. Podría irme. Pero no puedo. O no quiero hacerlo.

Me ha dado mucho y quiero recompensarla con lo que ella desea.

Me meto en la cama con ella.

—Duerme, preciosa —le digo en voz baja y beso su pelo.

Pareciera que quiere responderme, que quiere decir algo. ¿Tiene ganas de pelear ahora la señorita Steele? Espero que no.

Sin embargo, no hace nada. Se duerme entre mis brazos, hermosa, radiante, mía.

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