Vamos en la parte trasera del coche.

Anastasia me ha dicho que no sabe si irá a Georgia, pero que le gustaría visitar a su madre y, además, tomar tiempo para reflexionar.

Me he quedado un poco perplejo, no entiendo muy bien a qué se refiere.

Le he preguntado si considera que soy muy extremo. La he hecho reír y burlarse de mi afirmación.

Así la conversación derivó en que ella se burla de mí. No me atrevería a burlarme de usted, señor Grey, ha dicho reprimiendo su risa.

—Me parece que sí y creo que sí te ríes de mí, a menudo.

—Es que eres muy divertido— me suelta, de repente.

No esperaba esta afirmación. Me han dicho muchas cosas en mi vida, pero nunca que era precisamente “divertido”.

—¿Divertido?—le pregunto asombrado.

—Oh, sí.

Decididamente no entiendo a qué se refiere. Me parece extraño lo que dice. Trato de indagar.

—¿Divertido por peculiar o por gracioso?

—Uf… mucho de una cosa y algo de la otra.

Cada una de sus respuestas me intriga un poco más. ¿Qué pasa por la cabeza de Anastasia?

—¿Qué parte de cada una?

—Te dejo que lo adivines tú— me responde jocosa.

Con Ana, a veces, es realmente imposible. Lo que sucede en su cabeza, solo quedará ahí y no saldrá de ninguna manera.

—No estoy seguro de poder averiguar nada contigo, Anastasia —le respondo con una sonrisa.

Y sí, me doy por vencido con eso.

En cambio, avanzo con una duda que me preocupa mucho más:

— ¿Sobre qué tienes que reflexionar en Georgia?

—Sobre lo nuestro —me responde temerosa.

No me gusta escuchar esa respuesta. No era en lo que habíamos quedado. Me había dicho que lo aceptaba, no entiendo qué ha pasado de nuevo para que, otra vez, esté dudando.

—Dijiste que lo intentarías —le digo desilusionado.

Me mira y sabe que tengo razón. Puedo ver en su rostro que algo es distinto ahora.

—Lo sé.

—¿Tienes dudas?— le pregunto sin estar convencido de si quiero saber la respuesta.

—Puede—me dice, como pidiéndome perdón.

La respuesta me incomoda. No quiero ir y volver sobre sus miedos. No voy a permitir que todo vaya y venga en sus indecisiones.

Trato de no enfadarme y de seguir escuchando todo lo que tenga para decirme.

—¿Por qué?—le digo con un tono de voz más grave del que quisiera.

No me responde y se queda pensando. Dejo que lo haga. La contemplo en la oscuridad que baña la noche. Me gustaría saber qué le pasa y, en especial, por qué tiene tanta resistencia a contármelo. No creo que haya nada que pueda ser tan grave, ni nada más oscuro que todo lo que habita en mí.

Mira por la ventanilla. Está perdida dentro de su cabeza.

—¿Por qué, Anastasia? —insisto con mi pregunta.

Sin embargo, sigue sin responder. Su actitud se vuelve, simplemente, impenetrable. Dónde está su atención, sobre qué pensamiento alejado de mí y mi deseo está el fluir de la conciencia de mi Anastasia en este momento.

Se limita a encogerse de hombros. Y sigue en una actitud pasiva.

No sé qué decirle, ni qué hacer, para traerla aquí, a mi lado, nuevamente conmigo.

La tomo de la mano y la aprieto con fuerza.

Cada vez falta menos para llegar a casa.

En el claroscuro de las luces y sombras que entran y salen del coche, empiezo a percibir sus miedos. Tal vez, tenga temor a que no la quiera y siga esperando ese chico de flores y corazones que yo no soy.

Pero no lo sé y quiero que ella me lo diga.

—Háblame, Anastasia. No quiero perderte. Esta última semana…

Me detengo. Y espero sus palabras. Algo tendrá que decir.

—Sigo queriendo más —finalmente comenta en voz muy baja.

—Lo sé —le digo y suspiro. Mi sospecha se hace realidad.

Me mira seria.

— Lo intentaré—añado.

Una extraña sensación de querer verla bien me invade. No soporto verla triste ni preocupada.

Suelto su mano y la tomo de la barbilla.

—Por ti, Anastasia, lo intentaré.

Quisiera que me crea. Que de una vez por todas confíe en que estoy siendo sincero con ella. La necesito más de lo que imaginaba.

Su reacción es completamente inesperada.

Se quita el cinturón de seguridad y se sube a mi regazo. Me abraza y me besa y me siento maravillosamente bien así, con ella sobre mí.

—Quédate conmigo esta noche —le pido.

Sus ojos brillan en la oscuridad.

—Si te vas, no te veré en toda la semana. Por favor—insisto.

—Sí. Yo también lo intentaré. Firmaré el contrato.

Sus palabras me llenan de alivio y felicidad.

No quiero hacerle mal, nunca. No quiero que sienta obligaciones. Solo deseo que esté convencida de que quiere ser mía.

La miro. Aunque me cuesta, le digo:

—Firma después de Georgia. Piénsatelo. Piénsatelo mucho, nena.

Es que de eso se trata. Si no está segura, no sirve de nada.

—Lo haré—me responde con calma.

Luego, nos quedamos en silencio. Pero es bueno, no necesitamos palabras ahora.

La siento contra mi cuerpo y me reconforta.

—Deberías ponerte el cinturón de seguridad —comento, pero ninguno de los dos hace ningún movimiento para cambiar de posición.

Cierra los ojos y apoya su cabeza en mi hombro. Huelo su cabello. Su fragancia me embriaga.

La abrazo con todas mis fuerzas. Quiero que esté así, siempre, entre mis brazos.

Continuamos en esta posición hasta que finaliza el camino.

—Ya estamos en casa —le comento.

El fin de un hermoso viaje. El comienzo de todo lo demás.

Si te ha gustado, compártelo!
FacebookTwitterGoogle+

Recibe los capítulos directamente en tu buzón

 

0 Comentarios

Deja un comentario.

Deja un comentario