Ana tiene un encanto especial que logra generarme un deseo difícil de controlar.

Le he pasado el control de la situación. Quiero ver cómo lo hace. Me ha tirado sobre la cama. Luego me ha castigado ligeramente, tirándome del vello púbico, mientras me regañaba: “vas a tener que aprender a estarte quieto”. De acuerdo, me gusta.

—Sí, señorita Steele —le respondo burlonamente—. Condón, en el bolsillo —indico.

Ella comienza a meter mano en mis bolsillos y me mira mientras lo hace. Roza mi pene entre los pantalones y me encanta sentir su mano.

Encuentra los condones, los saca y los deja sobre la cama. Luego, me desabrocha el pantalón. Está muy preocupada por quitármelos.

—Qué ansiosa, señorita Steele —me divierto diciéndole.

No presta demasiada atención a mis palabras. Sigue concentrada en su trabajo. Intenta bajarme los pantalones, sin demasiado éxito. Mientras lo intenta, se muerde el labio.

—No puedo estarme quieto si te vas a morder el labio —le digo.

Me mira y sonríe.

Entonces, levanto la pelvis para facilitar su tarea. Tira nuevamente de los pantalones y me los quita, junto con los bóxers. Mi erección queda expuesta y ella la mira excitada.

—¿Qué vas a hacer ahora? —le pregunto.

Estoy ansioso porque continúe y cada vez actúe de manera más desinhibida. Puedo sacar lo mejor de ella. Sé que lo voy a conseguir.

Es tímida y salvaje. Y sé que cada vez se soltará más porque ya me lo ha demostrado.

Estira el brazo y me acaricia. Se concentra en que su mano se mueva de manera perfecta. Y lo consigue. Disfruto de sentir esas caricias.

Llega así el mejor momento. Se mete el pene en la boca y chupa. Hay fuerza en su manera de succionar.

—Dios, Ana, tranquila —le pido.

Lo hace de manera casi perfecta. Se mete todo el pene en la boca. Arriba y abajo, arriba y abajo. Llego hasta su garganta. Si sigue así me correré en menos de un minuto.

—Para, Ana, para. No quiero correrme.

Me obedece. Si seguía me hubiera corrido en su boca. Lo cual hubiera sido fantástico, pero tengo otros planes para este momento. Deseo que probemos algo nuevo. No me gusta que nos repitamos.

Ana me mira y jadea y parece estar un poco confundida.

—Tu inocencia y tu entusiasmo me desarman —le confieso —. Tú, encima… eso es lo que tenemos que hacer.

Ahora me observa como si hubiera comprendido por qué le he pedido que se detuviera. Todo ha tomado más sentido.

Deseo estar dentro de ella. Deseo verla sobre mí y ver cómo continúa desplegando su control.

Cojo un condón del costado de la cama y se lo doy.

—Toma, pónmelo.

Sé que nunca ha hecho una cosa así y, probablemente, en este momento le pese su inexperiencia. Pero es algo que debe aprender a hacer. Le daré indicaciones si es necesario.

Veo que no tiene vergüenza pero que no sabe muy bien qué es lo que debe hacer.

—Pellizca la punta y ve estirándolo. No conviene que quede aire en el extremo de ese mamón —le digo.

Comienza a ponérmelo. ¿Qué tiene en las manos esta chica? Cada roce hace que me excite un poco más. Debo controlar mi eyaculación muy concentrado. Es que me provoca correrme con solo sentir su tacto.

—Dios mío, me estás matando, Anastasia —digo muy excitado.

Ana se excita mientras me pone el condón. Y yo deliro de ganas de estar dentro de ella.

—Venga. Quiero hundirme en ti —susurro.

Pareciera que ahora no sabe cómo seguir. Así que continúo con algunas indicaciones para ayudarla.

Me coloco bien debajo de ella y la penetro. Todo calza a la perfección.

Ana gime sobre mí y se retuerce de placer. Mi pene está cada vez más dentro de ella.

—Eso es, nena, siénteme, entero —le digo entre gemidos ahogados.

Nos miramos. Nuestros ojos no pueden apartarse.

Encontramos el ritmo y nos movemos encajando perfectamente nuestros cuerpos. La embisto con más fuerza. Gime y me pide que lo haga otra vez.

Sonrío. Disfruto cuando una mujer me pide más. Me encanta complacerlas y ver el placer que sienten con mis movimientos.

Luego, me dejo caer sobre la cama.

—Muévete tú, Anastasia, sube y baja, lo que quieras. Cógeme las manos —le indico.

Se sujeta con fuerza y comienza subir y a bajar lentamente. Levanto mi pelvis para recibirla cada vez que ella baja. Otra vez, el ritmo es el adecuado. Como si lo hubiéramos ensayado miles de veces.

Es maravilloso verla allí arriba, teniendo el control, follándome. No dejamos de mirarnos y nuestros ojos exudan deseo y excitación. ¿Cómo puede salir toda esta sensualidad de una chica que hasta hace semanas era virgen? Son nuestros cuerpos que tienen una sincronía especial.

De repente, entre gemidos exasperados, Ana se corre. Esto desemboca un poderoso efecto sobre mí. Cierro los ojos, echo mi cabeza hacia atrás. Me agarro de sus caderas y la sigo penetrando.

Casi sin poder resistirlo me corro en un largo y muy placentero orgasmo.

Ana se deja caer sobre mi pecho. Una vez más, hemos encajado de manera perfecta. Quiero sentirla descansar un momento sobre mi cuerpo. Ha sido sensacional.

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