Anastasia está en braguitas delante de mí cumpliendo todas mis órdenes. Hace tiempo que soñaba con esto. Me siento demasiado bien.

—Buena chica. Cuando te pida que entres aquí, espero que te arrodilles allí.

Le indico el lugar junto a la puerta. Sigue atenta mis indicaciones.

—Hazlo—le ordeno.

Creo que se ha desconcentrado un poco. No la veo muy cómoda. Ya se acostumbrará. Sin embargo, sigue al pie de la letra mis indicaciones.

—Te puedes sentar sobre los talones.

Lo hace.

—Las manos y los brazos pegados a los muslos. Bien. Separa las rodillas. Más. Más. Perfecto. Mira al suelo.

Cumple a la perfección. La tengo exactamente como quiero que esté. Me acerco a ella y vuelvo a cogerla de la trenza. Vuelvo a tirar y ella me mira esperando mis indicaciones.

—¿Podrás recordar esta posición, Anastasia?

—Sí, señor.

—Bien. Quédate ahí, no te muevas.

Está en un buen momento. Otra vez parece concentrada en su rol. Muy bien. Entonces, la dejo solo un momento.

Cuando regreso, la encuentro en la misma posición.

—Buena chica, Anastasia. Estás preciosa así. Bien hecho. Ponte de pie.

Responde a mi orden. Está de pie pero su mirada sigue concentrada en el suelo.

—Me puedes mirar.

Me mira. Veo confianza en sus ojos y me siento aún mejor.

—Ahora voy a encadenarte, Anastasia. Dame la mano derecha.

Y así entramos a la parte más divertida de todo este juego.

Me da la mano, le doy vuelta la palma y le golpeo en el centro con la fusta.

Por supuesto la sorprendo. Creo que no se había dado ni cuenta de que tenía una fusta en mi mano.

No demuestra demasiado dolor.

—¿Cómo te ha sentado eso?

Me mira y parece no saber qué decir. Joder, Ana, tienes que responder.

—Respóndeme— le ordeno.

—Bien.

Lo dice tranquila, pero luego frunce el ceño.

—No frunzas el ceño.

De repente, su expresión cambia. Su rostro no revela nada demasiado concreto. Me gusta su reacción. Me excita esta actitud.

—¿Te ha dolido?

—No.

Su cara sigue sin revelar ninguna emoción. Tal vez, un poco de temor, pero creo que podría ser parte del juego.

—Esto te va a doler. ¿Entendido?

Tengo unos planes muy entretenidos para nosotros.

—Sí —me dice. No parece muy convencida.

La miro fijamente. Necesito que me crea y se concientice.

—Va en serio —le aclaro.

Mi deseo me ciega, quiero hacer de todo con ella. Qué bien que se ve así, aquí, bajo mis órdenes.

—Nos proponemos complacer, señorita Steele. Ven.

Pongo a Anastasia debajo de la rejilla. Cojo los grilletes con muñequeras. Ella está asustada, puedo sentirlo en su respiración.

Voy a explicarle de qué se trata todo para que tenga confianza. Conocer lo que sucederá la dejará más tranquila.

—Esta rejilla está pensada para que los grilletes se muevan a través de ella.

Levanta su mirada. Su expresión es extraña.

—Vamos a empezar aquí, pero quiero follarte de pie, así que terminaremos en aquel la pared.

Señalo la X de madera de la pared. Ana mira. Puedo percibir su entrega. Siento su energía de sumisa. Oh, muy bien, señorita Steele.

—Ponte las manos por encima de la cabeza— le ordeno.

Obedece y se entrega por completo a la situación. Hay algo en su actitud que me fascina, una mezcla de abandonarse a la situación y terror. Justo lo que necesito.

Le ato las muñequeras. Mi pecho está contra su cara y puedo percibir que lo huele embriagada de deseo. Lo que me hace desearla cada vez más.

Retrocedo y la observo. Está hermosa. Camino a su alrededor.

—Está fabulosa atada así , señorita Steele. Y con esa lengua viperina quieta de momento. Me gusta.

Le quito las bragas lentamente. Puedo sentir como crece su excitación. Me arrodillo frente a ella. Acerco las bragas a mi nariz y huelo su aroma enloquecedor.

Me observa atónita. Le sonrío. No creo que deba horrorizarse por esto. Guardo las bragas en mi bolsillo, haré algo divertido con ellas.

Entonces, me levanto. Voy lento y dejo que comience a adivinar cuál será el próximo paso. Cojo la fusta y apunto directo a su ombligo. Doy círculos alrededor.

Gime de placer. Oh, lo sabía Anastasia Steele, sabía que esto, finalmente, te gustaría.

Y ahora viene lo mejor.

Sin que pueda anticiparlo, le doy un azote por debajo de su trasero, justo hacia su clítoris.

Grita y mientras su cuerpo se tensa, tira de las ataduras. Mi erección aumenta de repente al ver su reacción.

Pero quiero que se controle al extremo. Que no pueda liberar nada y luego deje salir todo. No quiero que gima, ni que haga ningún sonido.

—Calla —le ordeno en voz baja, mientras sigo caminando a su alrededor. La fusta me acompaña rodeando su cintura.

Ahora llega un nuevo atizo, esta vez en el pezón. Es maravilloso verla sufrir de placer. Sus pezones se endurecen y vuelve a gemir y vuelve tirar de las muñequeras.

—¿Te gusta esto? —le pregunto.

—Sí—me responde y es un placer escuchar esa respuesta. Aunque está incompleta. ¿Lo estará haciendo a propósito? ¿Será su participación en el juego para recibir el castigo?

Le doy fuerte en el culo. Bien fuerte.

—Sí, ¿qué?

—Sí, señor —me dice. Su voz revela algo de dolor.

Cierra los ojos. Eso está bien. Podrá agudizar sus sensaciones.

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