Comemos una ensalada César. Anastasia termina la comida rápidamente, incluso antes de que yo lo haga. Me gusta bromear sobre eso.

—¿Impaciente como de costumbre, señorita Steele?

Sonríe, le gusta que se lo diga.

—Sí —me responde entornando los ojos.

De repente la tensión sexual comienza a tomar el ambiente. La miro y ella mantiene la mirada.

Me levanto y voy hacia ella. La bajo del taburete.

—¿Quieres hacerlo? —le digo.

No resisto un minuto más sin desvestirla.

—No he firmado nada— me dice con voz inocente.

El tono de su voz me excita todavía más.

—Lo sé… pero últimamente te estás saltando todas las normas—le digo complemente entregado.

—¿Me vas a pegar?

Cada cosa que dice me excita y me excita más.

—Sí, pero no para hacerte daño. Ahora mismo no quiero castigarte. Si te hubiera pillado anoche… bueno, eso habría sido otra historia.

Me mira horrorizada. Me tiene miedo. El pánico en sus ojos me excita y al mismo tiempo me da ganas de protegerla, es ridículo.

Entonces, trato de sincerarme con ella, de contarle algo de lo que me está pasando.

—Que nadie intente convencerte de otra cosa, Anastasia: una de las razones por las que la gente como yo hace esto es porque le gusta infligir o sentir dolor. Así de sencillo. A ti no, así que ayer dediqué un buen rato a pensar en todo esto.

Me mira perpleja. La aprieto contra mi cuerpo, así puede sentir mi erección, así puede comprender cómo son las cosas. Ardo en deseos de follarla.

—¿Llegaste a alguna conclusión? —me pregunta con temor.

—No, y ahora mismo no quiero más que atarte y follarte hasta dejarte sin sentido. ¿Estás preparada para eso?

—Sí —me responde.

Siento el escalofrío por su cuerpo.

—Bien. Vamos.

Todavía no termino de entender este momento. Todos mis pensamientos se detienen y solo quiero estar dentro de Anastasia Steele.

La cojo de la mano y la llevo hacia arriba. Nos dirigimos al cuarto de juegos, donde hace semanas no hago más que imaginarla allí dentro.

Anastasia está nerviosa y excitada. Parece decidida.

Abro la puerta, la dejo pasar. Su rostro cambia levemente cuando ve todo nuevamente. Hay un leve gesto de temor, pero la excitación le gana.

Empieza el juego.

Todo rasgo de dulzura que haya podido tener para con ella se desvanece en un instante. Ahora soy su amo y ella mi sumisa.

—Mientras estés aquí dentro, eres completamente mía —le explico una vez más—. Harás lo que me apetezca. ¿Entendido?

Asiente sin decir palabras. No resisto el deseo. Tengo la erección más fuerte que recuerdo en mucho tiempo.

—Quítate los zapatos —le indico.

Rápidamente hace caso a mi orden. Se los quita y está nerviosa y se le nota en la torpeza con que lo hace.

Me agacho, los cojo y los pongo junto a la puerta.

—Bien. No titubees cuando te pido que hagas algo. Ahora te voy a quitar el vestido, algo que hace días que vengo queriendo hacer, si no me falla la memoria. Quiero que estés a gusto con tu cuerpo, Anastasia. Tienes un cuerpo que me gusta mirar. Es una gozada contemplarlo. De hecho, podría estar mirándolo todo el día, y quiero que te desinhibas y no te avergüences de tu desnudez. ¿Entendido?

Me mira tímida y respetuosa.

—Sí—responde en voz baja.

—Sí, ¿qué?

Vuelvo a mirarla con frialdad.

—Sí, señor.

Siento un gran placer al escuchar esas palabras. La situación cada vez se pone más excitante.

—¿Lo dices en serio?—corroboro con algo de crueldad.

—Sí, señor.

—Bien. Levanta los brazos por encima de la cabeza.

Responde con obediencia. Le quito el vestido. Lo hago lentamente. Voy descubriendo sus piernas, sus caderas, sus pechos.

La observo con detalle. Me encanta su cuerpo.

Sin dejar de mirarla, doblo el vestido y lo dejo sobre la cómoda.

Entonces, mientras está allí completamente desprotegida ante mí, se muerde el labio. La tomo de la barbilla.

—Te estás mordiendo el labio. Sabes cómo me pone eso. Date la vuelta.

Nuevamente me hace caso. Va entrando en el juego, cada vez más entregada y segura. Le quito el sujetador. Siento como su respiración se agita y todo su cuerpo se estremece de deseo.

Desde atrás cojo un mechón de su pelo y ladeo su cabeza. Huelo su cuello hasta llegar a la oreja. Tiene un aroma delicioso. Puedo sentir cómo sube su deseo.

—Hueles tan divinamente como siempre, Anastasia —le digo al oído.

De su boca sale un gemido desesperado.

—Calla. No hagas ni un solo ruido.

No vuelve a hacer sonidos.

Cojo su pelo y le hago una trenza. Cuando termino le doy un tirón y Ana echa su cabeza hacia atrás.

—Aquí dentro me gusta que lleves trenza.

Me mira extrañada. Ya entenderá.

—Date la vuelta —le indico.

Vuelve a hacerme caso. Muy bien. Estoy completamente compenetrado en el juego. Ana me mira con temor y excitación a la vez. Pareciera que lo disfruta.

—Cuando te pida que entres aquí , vendrás así . Solo en braguitas. ¿Entendido?

—Sí.

Maldición, sabe cuáles son las palabras!

—Sí, ¿qué?

—Sí, señor—me dice como pidiéndome perdón.

Sonrío. Ana parece esbozar el comienzo de otra sonrisa que en seguida reprime.

Nos miramos fijamente a los ojos.

El juego recién ha comenzado y veo que ya nos estamos entendiendo.

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