Brindamos. Propongo que lo hagamos por su graduación. Se queda un momento pensativa y luego sonríe. Cada uno da un sorbo y deja la taza. Entonces lanza sin dar espacio a otra cosa:

— ¿Repasamos los límites tolerables?

No puedo evitar reírme de su sinceridad y de la falta de estrategia para manejar la situación. La señorita Steele quiere ir directo al grano. Se lo hago notar:

—Siempre tan entusiasta.

Creo que podríamos distendernos un poco antes de entrar en ese terreno. Disfrutar del champagne, hablar del día de hoy.

La llevo de la mano hasta el sofá y la siento a mi lado. Allí le comento que he notado que su padrastro es un hombre muy taciturno. Me mira extrañada, no esperaba que desviara la conversación. Prefiero que baje su ansiedad antes de hablar sobre los límites tolerables.

—Lo tienes comiendo de tu mano.

Su respuesta me sorprende. No esperaba haber conquistado al señor Steele. Sé que le resulté agradable, pero nunca imaginé que mis conocimientos de pesca hubieran podido cautivarlo tanto.

—¿Cómo has sabido que le gusta pescar?—me pregunta Anastasia sorprendida.

—Me lo dijiste tú. Cuando fuimos a tomar un café.

Esa suele ser una de mis mejores estrategias para tratar con gente: recuerdo lo que me cuentan y lo uso en el momento indicado. He conseguido muchas cosas gracias a esta habilidad.

Luego pasamos a hablar del vino de la recepción. Le confieso que me resultó asqueroso y ella comenta:

—Pensé en ti cuando lo probé. ¿Cómo es que sabes tanto de vinos?

Me halaga que su paladar la haya hecho pensar en mí porque eso quiere decir que reconoce mi conocimiento y buen gusto. Me agrada que la gente me tenga en sus pensamientos de esa manera.

—No sé tanto, Anastasia, solo sé lo que me gusta.

Luego le ofrezco más champagne y ella acepta. Lleno ambas tazas.

Anastasia me mira con desconfianza.

Mientras me muevo hacia la mesa reparo que ya todo está embalado y que cada caja tiene su contenido. Pocas cosas han quedado fuera. La mudanza es inminente.

—Esto está muy vacío. ¿Te mudas ya?

—Más o menos.

—¿Trabajas mañana?

—Sí, es mi último día en Clayton’s.

Creo que el cambio de vida será fundamental para Anastasia. Un nuevo lugar, otras posibilidades laborales. Clayton’s no es un espacio apropiado para ella.

Le comento sobre mis planes del sábado: ir a buscar a mi hermana Mia al aeropuerto. Me mira un poco extrañada cuando se lo cuento.

El sábado es la mudanza y, por lo que tengo entendido, Elliot las ayudará. Anastasia me lo corrobora y habla del encantamiento Elliot-Katherine. Sinceramente no me gusta nada esta pareja, pero no puedo decírselo. Me molesta que mi hermano esté involucrado con la antipática de su mejor amiga. Sé que puede llegar a ocasionar problemas en varios aspectos, ya sea una pelea entre ellos como que pueda llegar alguna información sobre mi modo de vida a oídos de mi familia.

De acuerdo, confío en Anastasia, sé que no me traicionaría contándole nada a su amiga, pero si algo le pasara no habría forma de que su amiga no se enterara… No sé por qué pienso esto. No debería pensarlo. Aunque soy consciente que la pareja Elliot-Katherine me dará algún dolor de cabeza. Espero que sea un leve dolor.

Luego pasamos a hablar de sus planes futuros de trabajo. No me ha contado nada y quiero tener esa información. Le saco el tema y responde, aunque parece estar ansiosa por resolver otras cuestiones. Tiene que aprender a controlarse. Me gusta jugar con los límites de su ansiedad.

—¿Y qué vas a hacer con lo del trabajo de Seattle?

—Tengo un par de entrevistas para puestos de becaria.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo? —le pregunto un poco sorprendido.

No me gusta que me oculte información, siento que no me tiene confianza. Ella me mira y pone cara de inocente, como si hubiera hecho una pequeña travesura al no contármelo.

—Eh… te lo estoy diciendo ahora— dice con ojitos de pobrecita.

—¿Dónde?

En realidad, quisiera preguntarle por qué me escatima información al respecto. Podría ayudarla en muchos aspectos, aunque supongo que por su maldito orgullo no lo permitiría.

—En un par de editoriales.

Habla en un tono suave y tembloroso. Está claro que no quiere hablar sobre esto.

—¿Es eso lo que quieres hacer, trabajar en el mundo editorial?

Asiente con su cabeza sin pronunciar ni la más mínima palabra. ¿Estamos jugando a algo?

—¿Y bien?—indago.

—Y bien ¿qué?

Es ridículo que se haga la tonta. Se me agota la paciencia.

—No seas retorcida, Anastasia, ¿en qué editoriales? —le digo con tono más severo.

—Unas pequeñas.

De acuerdo, no quiere que yo me entere de nada. Es obvio que guarda la información sobre su futuro laboral como un tesoro. La pregunta es por qué lo hace.

—¿Por qué no quieres que lo sepa?—le pregunto dejándole de dar vueltas al asunto.

—Tráfico de influencias.

Lo imaginaba. Pero opto por disimularlo, por hacerle creer que jamás se me hubiera ocurrido.

—Pues sí que eres retorcida—le hago notar.

Me río.

Preferiría que no esté todo el día pendiente de lo que yo pueda hacer por ella. Deseo erradicar esa idea de su cabeza. Debe relajarse al respecto.

Bebe otro sorbo de champagne. Tal vez el que le da coraje para sacar el único tema del que realmente quiere hablar.

—¿Retorcida? ¿Yo? Dios mío, qué morro tienes. Bebe, y hablemos de esos límites.

Veo que está más distendida. Ahora sí creo que ha sacado el asunto de una manera inteligente y precisa. Entonces, cojo la copia de su mail y de la lista que llevo en mi bolsillo.

De acuerdo, ha llegado el momento de que hablemos de los límites tolerables y firmemos, por fin, el contrato.

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