Anastasia ha dicho que no quiere beber vino porque tiene que conducir sugiriendo que en sus planes está marcharse y no pasar la noche conmigo. De acuerdo, no voy a decirle nada por el momento. Le ofrezco agua y acepta.

Luego le hago notar que está muy callada y ella me refuta que yo estoy muy hablador. Su respuesta me hace sonreír. Es que quiero explicarle en qué consiste todo esto, así terminamos con las dudas, firma el contrato y empezamos a disfrutar sin tantas vueltas. Las cosas son mucho más simples.

—Disciplina. La línea que separa el placer del dolor es muy fina, Anastasia. Son las dos caras de una misma moneda. La una no existe sin la otra. Puedo enseñarte lo placentero que puede ser el dolor . Ahora no me crees, pero a eso me refiero cuando hablo de confianza. Habrá dolor, pero nada que no puedas soportar. Volvemos al tema de la confianza. ¿Confías en mí , Ana?

—Sí, confío en ti —me responde de inmediato

—De acuerdo. Lo demás son simples detalles.

Veo que todo va mejor. Su cuerpo se ha relajado. Ha podido reconocer que confía en mí, lo cual me deja más tranquilo. Solo falta un paso. Comienzo a disfrutarlo. Pero entonces advierte:

—Detalles importantes.

Pareciera que es un ir y venir, una vuelta que nunca se termina. Pero yo, hoy, estoy decidido a cerrar el trato, así que le pido que adelante, que me comente cuáles son los detalles importantes.

El camarero vuelve a aparecer con el segundo plato: bacalao, espárragos y puré de patatas con salsa holandesa.

Anastasia está dubitativa, mira la comida con desagrado.

—Espero que te guste el pescado —le digo, intentando indagar, de manera indirecta, sobre lo que le pasa.

Se detiene en su comida y luego bebe agua, como intentando ocupar su boca para demorar lo que tiene que decir. No está cómoda, a pesar de que hace apenas un momento lo estaba.

Aprovecho su desgano con la comida para avanzar sobre ese punto.

—Hablemos de las normas. ¿Rompes el contrato por la comida?

—Sí—lanza como respuesta monosilábica sin ningún explicación al respecto.

—¿Puedo cambiarlo y decir que comerás como mínimo tres veces al día?

—No— sigue en la línea de respuestas duras. ¿Cuál es su problema con la comida? No se lo preguntaré ahora porque puede que se ofenda, y estamos en momento límite, pero no entiendo muy bien qué le pasa con respecto a este tema.

—Necesito saber que no pasas hambre—le explico, para que entienda a qué me refiero.

—Tienes que confiar en mí —me responde poniéndome en jaque.

—Touché, señorita Steele —se lo digo—. Acepto lo de la comida y lo de dormir.

Entonces llegan nuevas dudas. Me pregunta por qué no puede mirarme. Le explico que se trata de los roles en la sumisión. Es parte del juego. Debería entender que se acostumbrará a todo eso sin mayores inconvenientes. Tendría que ser menos testaruda. Es evidente que quiere aceptar y firmar el contrato y no entiendo por qué no lo hace si, en definitiva, sabe que puede dejarlo cuando quiera.

Luego llega la pregunta que no deseo escuchar y mucho menos responder.

—¿Por qué no puedo tocarte?

—Porque no— respondo sin explicaciones. Y no se las daré.

—¿Es por la señora Robinson?—me pregunta.

Es extraña su pregunta. Jamás hubiera relacionado esto con la “señora Robinson”. ¿Qué tendría que ver ella con todo esto?…Ah…de acuerdo, ya entiendo. Anastasia cree que como ella me sometía, el daño me dejó traumado. Son extrañas las conexiones que son capaces de hacer las mentes humanas.

—No, Anastasia, no es por ella. Además, la señora Robinson no me aceptaría estas chorradas.

Se pone cada vez más incómoda y estoy perdiendo el hilo de su pensamiento. ¿Hacia dónde va? ¿Quiere pasar toda la noche hablando sobre “sus objeciones”? ¿Quiere conocer todo mi pasado, mi presente y mi futuro? Me agoto.

—Entonces no tiene nada que ver con el la…—dice, pero no la dejo terminar la frase.

—No. Y tampoco quiero que te toques—paso al siguiente punto para evitar detenernos.

Le explico que se trata de que quiero para mí todo su placer. Es un modo, una manera de cumplir el rol de sumisa.

Se queda callada y come un poco más con cara de disgusto. Piensa mucho más de lo que está diciendo.

—¿Quieres que pasemos ya a los límites tolerables?—le propongo, para que sigamos avanzando.

—Espera a que acabemos de comer.

Me hace reír. Le da asco hablar sobre los límites tolerables mientras está comiendo. Esa inocencia me seduce.

Le hago notar que ha comido poco y hago un repaso sobre los alimentos ingeridos: tres ostras, cuatro trocitos de bacalao y un espárrago. Nada más, Y encima no ha comido nada en todo el día.

Me reclama que observe tanto su alimentación. Tiene que entender que la necesito sana y en forma, que su cuerpo deberá resistir y ser fuerte.

Veo que está extenuada por la conversación. Y , sinceramente, yo llevo varios ítems tratando de avanzar para poder concluir. Decido sorprenderla.

—Y ahora mismo quiero quitarte ese vestido— murmuro.

A sola frase la excita. Incluso, mucho más que lo que ella quisiera o pudiera controlarlo. Pero no puede relajarse, sus malditas objeciones se lo impiden. Intento que se olvide de todo y juego a seguir seduciéndola.

Intenta retrasar todo diciendo que quiere postre y le propongo que ella sea el mismísimo postre. Es lo suficientemente dulce como para serlo.

—Christian, utilizas el sexo como arma. No me parece justo —me dice en voz suave y no deja de sorprenderme. No suena a reproche, sino más bien a cumplido.

De todas formas me quedo pensando sobre lo que ha dicho. Tiene razón. Lo hago. Pero eso no quiere decir que no me esté muriendo de deseo por ella en este preciso momento.

Y lo más encantador y sexy es que a ella le está pasando lo mismo, aunque intente resistirse.

Su excitación avanza a cada palabra que el digo. Ya no importan las palabras, es el tono de voz lo que hace que comience a humedecerse, a desear mi cuerpo.

Si ella dejara que yo hiciera todo lo que quiero. Si dejara de pensar en sus prejuicios, de hacer listas eternas de objeciones, de poner tantas excusas…Si simplemente se entregara como internamente desea hacerlo…sería fantástico.

—Si fueras mi sumisa, no tendrías que pensarlo. Sería fácil —me dice con voz dulce y seductora—. Todas estas decisiones… todo el agotador proceso racional quedaría atrás. Cosas como «¿Es lo correcto?», «¿Puede suceder aquí?», «¿Puede suceder ahora?». No tendrías que preocuparte de esos detalles. Lo haría yo, como tu amo. Y ahora mismo sé que me deseas, Anastasia.

Se lo digo e insiste e intenta resistirse. Es absurdo que lo haga. Quiere demostrar una cosa, pero su cuerpo dice otra. Su cuerpo la delata.

Maldita sea, Anastasia, deja de pensar tanto. Entrégate al placer. Atrévete a descubrirte a ti misma, a tu verdadero yo. No voy a parar hasta conseguirlo. Esta chica me está volviendo loco.

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