La llevo directo al dormitorio. Basta de charlas, de objeciones, de acuerdos. El coche es de ella y de a poco se irá acostumbrando.

Enciendo la luz de la mesilla y la miro. Antes de que pueda hacer nada me mira con ojos inocentes y me habla en voz baja y con expresión entrecortada.

—Siento lo del coche y lo de los libros… Me das miedo cuando te enfadas.

Todavía no logro entender qué le provoca tanto miedo. Entiendo que esté nerviosa, que todo se trate de una nueva experiencia para ella. Pero ya debería haber entendido que nadie va a hacerle mal.

Trato de no pensar más en esto y confiar en que pronto se sentirá más segura. Tendré que tener paciencia.

Cierro los ojos, respiro profundo y vuelvo a abrirlos.

De verdad puedo comprenderla, pero no me apetece seguir hablando.

—Date la vuelta. Quiero quitarte el vestido.

Por suerte es obediente y, de inmediato, me hace caso. Pongo el dedo en su nuca y lo arrastro por su columna vertebral. Siento el dolor que le provoca el roce de mi uña. Me excita sentirlo.

Me gusta ver su piel inmaculada. Hay algo en esa piel…que pronto tendrá marcas.

La arrimo aún más hacia mi cuerpo. La tengo pegada a mí. Huelo su pelo. Huele tan agradable…Tengo ganas de quedarme así y al mismo tiempo deseo continuar.

—Qué bien hueles, Anastasia. Muy agradable.

Se lo digo, quiero que lo sepa, que se sienta halagada, que esté muy gusto.

Desciendo por su cuello. Beso esos hombros perfectos que tiene. Disfruto de la suavidad, de la frescura.

Siento cómo se altera su respiración. Está esperando mi próximo movimiento.

Comienzo a deslizar muy lentamente el cierre de su vestido. Mientras lo hago, mis labios se deslizan suavemente hacia el otro hombro. La lamo, la beso, la succiono y su cuerpo se mueve reaccionando a los estímulos.

Me encanta que sea tan receptiva, disfruto de ver cómo crece su excitación.

Y, al mismo, tiempo, por supuesto quiero que aprenda a controlarse.

—Vas… a… tener… que… a…prender… a estarte… quieta —le digo suavemente, intercalando besos y palabras.

Entonces, termino mi trabajo con la cremallera del vestido que cae hacia sus pies.

Sus pechos quedan desnudos.

—Sin sujetador, señorita Steele. Me gusta.

Comienzo a tocarlos y me detengo en sus pezones, que reaccionan de inmediato.

—Levanta los brazos y cógete a mi cabeza —le indico. Sus pechos se elevan. Inclina la cabeza hacia un lado, mientras me acaricia el pelo con sus manos. Pellizco sus pezones, jugando a imitar lo que ella hace en mi cabeza.

Entonces, gime librada de placer.

—¿Quieres que te haga correrte así? —le pregunto.

No responde con palabras. Pide más con su cuerpo. Arquea la espalda.

—Le gusta esto, ¿verdad, señorita Steele?—le susurro al oído.

—Mmm…

—Dilo.

Quiero escucharla. Deseo que me lo diga.

—Sí—murmura con poca concentración.

Tendré que remediarlo.

—Sí, ¿qué?—la corrijo.

—Sí… señor.

—Buena chica.

Como premio la pellizco con mucha más fuerza. Su cuerpo se pega aún más al mío. Sus gemidos me demuestran que ha sido un movimiento perfecto. Me responde tirándome del pelo.

Dejo de mover las manos. Se desespera.

—No creo que estés lista para correrte aún. Además, me has disgustado.

Se detiene un momento. No entiende qué sucede. Sin embargo, su cuerpo me pide que siga.

—Así que igual no dejo que te corras—le susurro, para jugar con sus reacciones.

Vuelvo nuevamente a tirar fuerte de sus pezones. Me apoya el culo y lo mueve de un lado hacia otro. El gesto aumenta mi excitación.

Bajo las manos hacia sus caderas. Desgarro las bragas que todavía llevaba puestas. Las tiro delante de sus ojos. Quiero que vea su ropa desgarrada.

Meto un dedo en su vagina.

—Oh, sí. Mi dulce niña ya está lista.

La doy vuelta. Me encanta verla de frente. Sus ojos me piden más.

Meto el dedo dentro de mi boca y lo chupo.

—Qué bien sabe, señorita Steele.

Quiero verla en acción. Que me demuestre de qué está hecha. Siempre ha sido muy receptiva y me encanta eso. Pero, ahora, quiero ver qué es capaz de hacer cuando tiene ella el control.

—Desnúdame —le ordeno, mirándola a los ojos.

Deseo ver cómo lo hace.

Anastasia me mira. Pareciera que tiene dudas. Está asustada, probablemente debido a su falta de experiencia. Estoy seguro de que si se deja llevar por sus impulsos, hará un gran trabajo.

—Puedes hacerlo —le digo, tratando de estimular su confianza.

Intenta sacarme la camiseta. No ha elegido bien. Juego con ella y le sonrío.

—Ah, no. La camiseta, no; para lo que tengo planeado, vas a tener que acariciarme.

Hay otro lugar en el que debe tocar. Deseo que sienta mi excitación, que compruebe cómo me pone el contacto con su cuerpo.

Tono su mano y la pongo sobre mi pene erecto. Está muy duro y quiero que lo sienta.

—Este es el efecto que me produce, señorita Steele.

Le excita sentir mi erección. Me mira y arde por dentro.

—Quiero metértela. Quítame los vaqueros. Tú mandas.

La idea la seduce, aunque en los primeros segundos no sabe qué hacer. Sin embargo, rápidamente entra en el desafío.

—¿Qué me vas a hacer? —le pregunto provocador.

Entonces, me tira sobre la cama. Su impulsividad me hace reír. Está haciéndolo muy bien.

Me quita los zapatos y luego los calcetines. Sus movimientos se vuelven un poco torpes. Sonrío. Estoy disfrutando de todo esto.

Se monta sobre mí y baja el cierre de mis vaqueros. Qué bien se siente todo esto.

Muevo las caderas y me reprende.

—Vas a tener que aprender a estarte quieto —me dice y me tira de del vello púbico.

Quiero follarla ya mismo. Le indico que el condón está en el bolsillo. Hagámoslo.

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