Obediente, se deja caer sobre la colcha de la cama, sin dejar jamás de sostenerme la mirada, casi desafiándome. Pero no puedo mantener mis ojos en los suyos. Las formas de su cuerpo tumbado en la cama me llaman poderosamente. Sus tobillos, sus piernas, las rodillas que, entreabiertas, dejan al descubierto la entrada de su vagina, el vientre plano, el ombligo misterioso, sus dos pechos, liberados al fin del sujetador… La línea de su cuello que llega a sus pequeñas orejas, su pelo, suave, suelto, sus ojos, que siguen clavados en mí…

Con el condón ya puesto me tumbo sobre ella, recorriendo toda la longitud de su cuerpo con la boca, besando cada centímetro de su piel. Al llegar a los pechos me detengo, pensando si hacer que se corra simplemente masajeando sus pezones. Y empiezo. Primero con los dedos, después con la lengua. Primero un, y luego otro. Anastasia acerca sus caderas a las mías, tratando de aprisionar mi miembro entre sus muslos y los míos, pero no me dejo. Aún no.

  • Christian, por favor… por favor.

  • ¿Qué? ¿Por favor qué? –respondo sin dejar de vestir sus pechos con mis brazos.

  • Ven, te quiero dentro de mí –susurra.

  • ¿Ah sí? –respondo. Nada me puede parecer mejor.

  • Por favor –suplica.

Está bien, Ana. Ahora lo tendrás. Introduzco mis rodillas entre sus piernas y sosteniéndome con los brazos, separo sus rodillas. Me mira tratando de retomar un ritmo normal en su respiración, pero la excitación se lo impide. Manteniendo mis ojos en los suyos, bajo la pelvis hasta notar el calor de su cuerpo rozando la punta de mi miembro. A ciegas, busco la entrada de su cuerpo que me recibe íntegro, húmedo. Ana cierra los ojos cuando mi pene entra dentro de ella, despacio primero, y apenas la punta. Me gusta sentir cómo su vagina se dilata a medida que mis embestidas se hacen más profundas.

  • Oh Christian, házmelo más rápido, más rápido… Más, Christian…

A sus órdenes, señorita Steele. Aumento el ritmo de mis caderas, y con él, la profundidad de las embestidas. Ahora entra hasta la base, cada vez. Ella bascula su pelvis para hacerme aún más sitio dentro de su cuerpo, sus labios están cada vez más rojos, sus ojos buscan frenéticos los míos, pero se cierran con cada empujón de mi cuerpo. Noto que estoy, otra vez, a punto de correrme. Y ella también, la tensión de los músculos del cuello la delata, la presión que sus manos hacen alrededor de mi cabeza.

  • Vamos nena, córrete… -logro decir entre jadeos-, dámelo nena.

Como un resorte, reacciona a mis palabras, estallando en un sonoro orgasmo que, a su vez, me hace estallar a mí.

  • ¡Oh ,Ana! ¡Joder, Ana! ¡Ana!

Con los últimos espasmos del orgasmo me dejo caer sobre su cuerpo, tendido boca arriba en la cama, y busco el refugio del hueco de su cuello para recuperar el aliento. Su cuerpo sube y baja debajo del mío, hinchándose y deshinchándose al ritmo de una respiración acelerada por el sexo. Nos quedamos así, en silencio, unos minutos gloriosos. La sangre fluye aún por mi cuerpo en embestidas, lo noto, mi miembro aún dentro de ella acusa las suyas, que lo presionan deliciosamente. Me quedaría aquí dentro para siempre, pero no puede ser. Si simplemente hubiera recordado tomarse la píldora…

Cuando me quito el preservativo y lo dejo en la mesilla, envuelto en un pañuelo de papel, Ana abre los ojos, y me mira.

  • Sabes, nena, he echado de menos esto –digo tan bajito como me permite la corta distancia a la que estamos.

  • Y yo también –susurra ella, besándome.

Respondo a su beso con la rabia contenida de los besos que no he podido darle. Con las consecuencias del juego agresivo al que estoy acostumbrado, y que han estado a punto de costarme la felicidad al lado de esta mujer. La beso con toda la fuerza del miedo de perderla de nuevo.

  • Ana, no vuelvas a dejarme, te lo suplico –y lo digo en serio. Muy en serio.

  • Vale, Christian –confirma su promesa con una sonrisa y, aunque ella ha podido ocultarme cosas, sus sonrisas no mienten-. Gracias por el iPad.

  • No hay de qué, Anastasia.

Ana se acomoda sobre los almohadones de la cama, tranquila de haber recuperado la rutina de nosotros dos en la cama, hablando, desnudos, compartiéndonos.

  • ¿Cuál es tu canción favorita? Quiero decir, la que más te gusta de todas las que has puesto.

  • Mmm… no, no. Eso sería darte demasiada información –sabe tan bien como yo que esas canciones hablan por mí-. Y ahora, muchacha, vamos a preparar algo de comer. ¡Estoy hambriento! –me incorporo del todo y tiro de ella hacia arriba.

  • ¿Muchacha? –dice, incrédula.

  • Así es. Muchacha. Quiero comida. Ahora. Por favor.

  • Lo haré ahora mismo, señor. Hay que ver cuánta amabilidad…

Se levanta divertida de la cama, sin cubrir su cuerpo desnudo. Entonces la almohada cae a un lado, y debajo de ella, la figura de un helicóptero deshinchado aparece. ¿Charlie Tango? Anastasia capta mi mirada mientras lo cojo.

  • ¡Este es mi globo! –dice ella, quitándomelo de las manos mientras se cierra una bata en la cintura.

  • ¿Tu globo? Y, ¿por qué estaba tu globo en la cama, debajo de la almohada?

  • Pues porque… me ha hecho compañía –dice, llena de rubor.

Tal vez teme sentirse una niña pequeña en este momento. Haber conservado el globo… Pero yo adoro que lo haya hecho. No así que haya sufrido, ni que haya necesitado la compañía de un trozo de plástico en forma de helicóptero pero, si en algún modo, algo que provenía de mí pudo hacerle sentir bien…

  • Qué afortunado, Charlie Tango –digo.

  • Mi globo, es mi globo –insiste de nuevo, antes de desaparecer en dirección a la cocina, con su globo entre las manos.

Oigo como trastea por la casa. Oigo la puerta del cuarto de baño, oigo un grifo que se abre y que después se cierra. La puerta de nuevo, y pasos que se dirigen a la cocina. Miro a mi alrededor en busca de mi ropa. Me pongo los vaqueros y la camisa antes de salir de la habitación de Anastasia. Al fin y al cabo comparte casa, y no sé quién ni cuándo puede aparecer, ni cuántas personas pueden tener la llave del apartamento, aparte de Kate y Ella. ¿El hermano de Kate? ¿El mío, sin ir más lejos? ¿Sus padres? Cuando salgo de la habitación un leve olor a verduras salteadas sobrevuela el salón, y Anastasia me dice desde detrás de los fogones con una cuchara de palo que la cena está casi lista, que me ponga cómodo.

  • ¿Dónde? –digo, mirando a mi alrededor y sin ver dónde sentarnos.

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4 Comentarios

  1. rosafermu dice:

    Bien narrado, como siempre, la reconciliación de la pareja. Afinidad sexual entre ambos. Amor y sexo, una combinación perfecta

  2. MARY dice:

    Buen relato, la reconciliación como siempre trae excelentes resultados….

  3. paulita27 dice:

    ya esta mas que enamorado de ella <3

  4. Rissa.26 dice:

    excelente relato, me enknto!!!
    cuando publicaran mas capitulos??

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