Con sus ojos cerrados la situación se vuelve más excitante. Quiero que lo sienta.

Doy pequeños impactos con la fusta sobre su cuerpo. Voy desde el vientre hacia abajo. De a poco, voy llegando a donde quiero llegar. Y ahí va, directo a su clítoris. Y con fuerza.

—¡Por favor! —grita.

—Calla —le digo mientras vuelvo a darle en el trasero.

Mi placer aumenta a cada segundo. Lo estoy disfrutando demasiado.

Paso la fusta por su sexo y llego a su vagina.

—Mira lo húmeda que te ha puesto esto, Anastasia. Abre los ojos y la boca.

Ana responde de inmediato. Le meto la fusta en la boca para que pueda comprobarlo por ella misma.

—Mira cómo sabes. Chupa. Chupa fuerte, nena.

Comienza a chupar la fusta. Me mira mientras lo hace. El placer que siento observándola es superior a todo. La sensación es indescriptible.

Entonces, le saco la fusta de la boca y la beso. Mi lengua entra en su boca y se mueve desesperada. La abrazo y la estrecho contra mi cuerpo.

Mi erección se intensifica cada vez más. El delicioso sabor de su boca es maravilloso.

—Oh, Anastasia, sabes fenomenal. ¿Hago que te corras?

—Por favor —me pide con cierta desesperación.

Le doy fuerte con la fusta en el trasero. Que lo sienta y aprenda.

—Por favor, ¿qué?

—Por favor, señor —me dice compungida.

Sonrío con placer. Así es como debe tratarme. Me gusta sentirla de ese modo.

La haré correr con la fusta y se lo digo.

—¿Con esto?

Le muestro la fusta en mi mano y le indico que mire.

—Sí, señor—me responde obediente.

—¿Estás segura?

No quiero arrepentimientos ni frases tontas.

—Sí, por favor, señor.

Así me gusta, que siga mi juego.

Quiero que lo sienta bien. La observo y me enloquezco con su cuerpo atado gozando de dolor.

—Cierra los ojos.

Obedece. Entonces, vuelvo al juego de los pequeños golpeteos en el vientre y voy descendiendo.

Llego a su clítoris. Ana estalla de placer y solo tres o cuatro golpecitos después se corre de manera enloquecedora. Su cuerpo se retuerce de placer. Gime y grita y su orgasmo parece no terminar nunca.

La cojo entre mis brazos. Apoya su cabeza en mi pecho.

Hago un movimiento rápido, casi desesperado. Me desabrocho los vaqueros, me pongo el condón y la cojo por los muslos. Está completamente entregada y puedo sentirlo.

—Levanta las piernas, nena, enróscamelas en la cintura.

Responde a mi orden, entonces, la tomo de las caderas y, de esa forma, la penetro profundo, lo que provoca un grito en ella, fusión de placer y dolor por la dureza de la embestida.

Las embestidas se aceleran y, en especial, son cada vez más profundas. Llego al fondo de Anastasia y ella comienza a desesperarse.

Puedo sentir que volverá a correrse lo cual duplica mi excitación. Oh, Anastasia Steele ya es mi sumisa.

Siento su orgasmo lo que hace que el mío se acerque rápidamente. Me corro con un grito ahogado de placer. La abrazo y nuestros cuerpos están más pegados que nunca.

Entonces, rápidamente salgo de su cuerpo y le quito las muñequeras y nos tiramos en el suelo. La uno a mí y la apoyo contra mi cuerpo para que se sienta protegida.

Me interesa que Anastasia se sienta bien.

—Muy bien, nena. ¿Te ha dolido?

—No— responde con voz débil.

Indago un poco más sobre sus pensamientos y sensaciones.

—¿Esperabas que te doliera?

—Sí.

Aparto los mechones de pelo de su cara, quiero ver su rostro y que me mire mientras le digo lo que viene.

—¿Lo ves, Anastasia? Casi todo tu miedo está solo en tu cabeza.

No responde. Quiero que me entienda. Y, en especial, quiero volver a repetirlo.

— ¿Lo harías otra vez?

Se queda un instante pensativa. No sé si no quiere o si pasa otra cosa. Pero su actitud rápidamente cambia.

—Sí —me responde.

Adoro escuchar esa respuesta. La abrazo fuerte para que se sienta contenida y para que sepa que estoy feliz con el desarrollo de la situación.

—Bien. Yo también —le doy un beso en la nuca—. Y aún no he terminado contigo.

Nos quedamos un momento quietos y en silencio. Ana cierra los ojos y apoya su cara contra mi pecho. Pareciera que quiere dormir o descansar un poco. Yo también me relajo junto a ella.

De repente, me acaricia el pecho con la nariz y todo mi cuerpo se tensa de inmediato. Mierda!

—No hagas eso —le digo sin más explicaciones.

Se ruboriza ante mi orden.

Luego, mira mi pecho con detenimiento. Creo que está descubriendo las cicatrices y, de verdad, espero que no pregunte.

Es hora de volver a la acción antes de que diga nada.

—Arrodíllate junto a la puerta —le digo y me incorporo.

Ana se levanta y cumple mi orden. Camina hacia la puerta con cierta torpeza. Luego se arrodilla.

Algo extraño sucede porque de repente percibo que se está durmiendo. Sus ojos se cierran de cansancio.

Me acerco.

—La aburro, ¿verdad, señorita Steele?

Ahora se despierta de golpe y me mira aterrada. Su miedo me divierte, pero no lo demuestro.

—Levántate —le digo con voz dura.

Al verla parada frente a mí, tan bella y tan exhausta, decido dejar que salga mi sonrisa.

—Estás destrozada, ¿verdad?—suavizo el tono de mi voz.

Asiente y se ruboriza.

Pero todavía falta lo mejor.

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