Vamos en el coche con Grace. Ella está en silencio. Algo dentro de mí se lo agradece. Pone una música suave que hace que me sienta contenido.

De repente, siento que todo lo que ha sucedido es parte de un sueño. O de una pesadilla. ¿De verdad he comenzado a pegarle a ese estúpido amigo de Elliot de esa manera? Ni yo mismo puedo creer mi comportamiento.

De vuelta en casa, Carrick me dice que está muy desilusionado con mi forma de actuar. Afirma que ya no tolerará este tipo de actitudes y que tendremos que solucionarlo de alguna manera.

Se queda un momento en silencio y luego sigue: de alguna manera urgente.

Grace me defiende y dice que hablaremos mañana.

A la noche me acuesto y no pienso en nada. Pongo la mente en blanco y me quedo dormido. Y duermo durante muchas horas donde no sueño o, por lo menos, no recuerdo soñar.

A la mañana siguiente Grace me comunica que han tomado una decisión: comenzaré a ver al doctor Miller, quien seguro me ayudará a descubrir qué me sucede.

Elliot me saluda distante, pero como si nada hubiera sucedido. Primero me sorprendo. Luego descubro de qué se trata. Probablemente Grace haya hablado con él y le haya dicho que no hiciera nada que pudiera perturbarme.

Soy un monstruo y los demás han comenzado a darse cuenta de eso.

Pasan unas semanas. Evito toda clase de contacto con la gente y la gente hace lo mismo conmigo. No está tan mal después de todo.

El único momento realmente desagradable es cuando en la escuela me reúnen con el amigo estúpido de Elliot y me obligan a pedirle disculpas y a asegurarle que no volveré a hacer una cosa así.

A él también lo obligan a hacer lo mismo.

Los dos actuamos nuestras falsas disculpas y los mayores ya se sienten tranquilos.

La hipocresía del mundo adulto.

En casa todos hablan de cosas superficiales. Incluso Elliot ha entrado en el juego. Solo me dirige la palabra para saludarme o me hace alguna pregunta tonta sin ninguna relevancia.

“¿Cómo te ha ido en el examen de matemáticas?”, dice una tarde.

“Muy bien”, respondo, aunque creo que no escucha mi respuesta. Podría haberle dicho cualquier cosa que su expresión no hubiera cambiado.

Su pregunta la ha hecho delante de Grace, Carrick y Mia, por lo que intuyo que lo hace para demostrar que todo está muy bien entre nosotros.

La vida se trata de fingir.

Amanda intenta comunicarse conmigo pero la ignoro. Siempre digo que estoy ocupado y que después la llamaré. Soy muy consciente de que jamás voy a hacerlo. Solo deseo de que ella se dé cuenta de eso y deje de insistir.

Un día, Grace me dice que, finalmente, mañana, el doctor Miller me recibirá en su consultorio.

Le digo que de acuerdo y no agrego nada más.

Oh, maldición, otra vez los estúpidos médicos. Pensaba que ya no tendría que pasar por esa experiencia.

De todas formas, los médicos no son difíciles de engañar. Veré qué puedo hacer con éste mañana.

Llego a la consulta. Tiene una manera extraña de saludarme, que me descoloca. Se queda un largo rato en silencio.

Luego, comienza a hablar.

El doctor Miller me dice que él no juzgará mi conducta, que puedo hablar con confianza. Eso me tranquiliza. Luego me pregunta si tengo alguna idea de por qué he actuado de esa manera.

Niego con la cabeza.

Es verdad, pensaba en mentirle a él también, pero hay algo que me impide hacerlo.

Nos quedamos un rato en silencio.

Luego se acomoda el pelo de una manera particular.

Y comienza a hablar nuevamente.

Me pide si puedo describir qué sentía mientras golpeaba al muchacho.

No le respondo. Pero me quedo pensando.

Todo fue caos y confusión en ese momento. Pero es verdad que también hubo alivio en mi interior. Un deseo profundo de nunca más volver a ser vulnerable. En mi interior algo pide control. Ese control me da seguridad. Nada malo puede pasar si las cosas están bajo control.

Los golpes han sido una manera torpe de remediar la situación. Pero reconozco que he sentido placer mientras lo hacía, algo de mi accionar ha hecho que me sintiera poderoso.

Creo que me ruborizo frente al doctor Miller. No he dicho ni una sola palabra, pero me avergüenzo de mis propios pensamientos.

Jamás podría contarle a nadie sobre los pensamientos que tengo. Hay algo muy oscuro allí.

El doctor Miller me dice que si no quiero que no hable, pero que él sí me hablará. Y luego me pregunta si yo siento que he solucionado algo con mi actitud.

Sigo en silencio.

Es evidente que algo he solucionado. Ya nadie me molesta en la escuela. Puede que piensen que soy el ser más horrible del mundo, pero no tengo que soportar burlas.

Los maestros hablan de socialización y otras palabras que no me interesan. Ni ellos ni mis compañeros me resultan personas atractivas o interesantes.

A veces creo que la única solución será crecer y tomar yo mis propias decisiones sin tener que rendirle cuentas a nadie.

Si no me involucro con nadie, nadie se sentirá herido y nadie me lastimará a mí.

Todos estos pensamientos que se apoderan de mí hacen que me sienta lejos.

El doctor Miller me observa. Sabe que estoy pensando en algo. No se lo diré, pero empiezo a confiar en él. Creo que es inteligente.

Cuando nos despedimos me dice que no somos islas. Que necesitamos conectarnos con alguien. Que yo decidiré con quién querré conectarme, pero que algún día tendré que hacerlo con alguien.

Lo miro extrañado. Por un momento creo que me ha leído la mente.

A la salida está Grace. Nos pregunta cómo ha ido. El doctor Miller dice: “Oh, de maravillas, Christian ha pensado muchas cosas hoy”.

Lo miro y entiendo su ironía. Nunca antes un médico había sido irónico para hablar con Grace.

Cuando nos retiramos, Grace me pregunta si quiero contarle alguna de las muchas cosas que he pensado con el doctor Miller.

Sé que no puedo hacerlo. Le digo que por ahora es mejor que quede entre el médico y yo. Sonrío.

Mágicamente la respuesta tiene un gran resultado.

De repente siento que puedo manipular a las personas, hacer que crean lo que yo les digo. Y no sentirme culpable por eso. Al contrario, me deja tranquilo hacerlo así.

Grace me cuenta que Amanda ha llamado otra vez a casa. Que siempre deja dicho que solo quiere hablar conmigo.

“¿Deberías responderle el llamado, no crees?”, me dice preocupada.

Esta vez no se me ocurre una respuesta para que me deje en paz. Es evidente que no quiero llamar a Amanda, ni hablar con ella, ni darle ninguna explicación.

¿Qué podría explicarle si yo mismo ignoro lo que me está pasando?

Oh, maldita y pobre Amanda.

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