Anastasia ha preparado un desayuno delicioso. Y ella también está deliciosa. Solo lleva mi camisa y es increíblemente sexy. Quiero empezar a follarla ya mismo.

Le pregunto qué planes tiene para hoy.

—Me gustaría quedarme durante el día, si no hay problema. Mañana tengo que trabajar.

—¿A qué hora tienes que estar en el trabajo?

—A las nueve.

Perfecto. Hoy podremos probar nuevas cosas. Estoy impaciente por hacerlo. Esta chica me encanta.

—Te llevaré al trabajo mañana a las nueve— le ofrezco o le informo, no lo sé.

Me mira extrañada. Creo que no imaginaba esa respuesta.

—Tengo que volver a casa esta noche. Necesito cambiarme de ropa.

Veo que Anastasia Steele todavía conserva una lógica que no tiene nada que ver con mis costumbres. La ropa no es un tema aquí.

—Podemos comprarte algo—le sugiero.

Se queda pensativa. Supongo que hay algo del plan que no le convence. Entonces, comienza a morderse el labio inferior. Acción que, por supuesto, me vuelve loco.

Levanto la mano y la cojo de la barbilla. Tiro de sus dientes para que deje de hacerlo.

Me mira con expresión inocente.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Tengo que volver a casa esta noche.

Ok, habrá algo más. Quizás haya algo que yo desconozca. Tal vez, no me lo quiere o no me lo puede contar. Por ahora, lo dejaremos así.

—De acuerdo, esta noche. Ahora acábate el desayuno.

Mira el plato. Más de la mitad del desayuno sigue allí, intacto. No parece tener ganas de comer. Me preocupa su relación con la comida.

—Come, Anastasia. Anoche no cenaste.

—No tengo hambre, de verdad —me dice en voz baja, como si fuera una niña que sabe que está haciendo algo mal.

No me gusta que no se cuide. Trato de explicárselo, con mucho cuidado.

—Me gustaría mucho que te terminaras el desayuno.

Me mira algo enfadada. Pareciera que le molestó lo que he dicho.

—¿Qué problema tienes con la comida? —me dice desafiante.

No me esperaba esta reacción. Me parece desmedida e infantil. No voy a darle explicaciones tampoco.

—Ya te dije que no soporto tirar la comida. Come.

No me gusta tirar la comida. Y tampoco me gusta la insolencia. Ni que sea grosera sin necesidad. Quiero que esté bien alimentada. ¿Tengo que dar explicaciones por eso?

Deja de mirarme y se concentra en un punto de la mesa. De mala manera coge el tenedor y se lleva un trozo de comida a la boca. Mastica despacio. Con el siguiente bocado se va entusiasmando.

Retiro mi plato. Espero que ella termine y levanto el suyo.

—Tú has cocinado, así que yo recojo la mesa— le propongo.

—Muy democrático—se burla un poco irónica.

—Sí —me quedo pensando—. No es mi estilo habitual. En cuanto acabe tomaremos un baño.

—Ah, vale.

Me gusta que haya dejado de discutir. Creo que la idea del baño le ha gustado. Ha puesto cara de entusiasmo.

De repente, el sonido de su móvil corta la armonía del momento. Atiende, saluda y se aleja para hablar. Yo termino de acomodar las cosas en la cocina.

Pasados unos minutos regresa. Noto que está un poco alterada. De la nada suelta una pregunta:

—¿El acuerdo de confidencialidad lo abarca todo?

Veo que este llamado no ha sido nada bueno. Alguien que pregunta y ella dudando sobre qué responder. Seguramente se trata de su amiga Katherine.

—¿Por qué?— indago, sin más detalles.

La miro. Ella está de pie, ruborizada, intentando decirme algo. Se mira las manos y balbucea.

—Bueno, tengo algunas dudas, ya sabes… sobre sexo. Y me gustaría comentarlas con Kate.

Ja, lo sabía. Katherine estaba implicada en todo esto. ¿Hasta dónde habrán llegado con Elliot? Bueno, es evidente que habrán follado. Pero me preocupa un poco el grado de contacto que tengan pensado mantener. No me gusta que nadie se entere de mi estilo de vida y mucho menos mi hermano.

Es cierto que Anastasia puede necesitar de verdad comentar algunas cosas sobre sexo.

—Puedes comentarlas conmigo— le ofrezco.

—Christian, con todo el respeto…

Su voz se corta. No puede mirarme a los ojos. Hay algo que quiere decir pero no puede hacerlo.

Luego de un momento, respira profundo y dice directamente:

—Son solo cuestiones técnicas. No diré nada del cuarto rojo del dolor.

Su manera de llamarlo me asombra. No quiero que tenga una opinión equivocada sobre todo esto. Y mucho menos que la persona que le dé información desconozca el tema. Y menos aún si esa persona tiene contacto con mi hermano.

—¿Cuarto rojo del dolor? Se trata sobre todo de placer, Anastasia. Créeme. Y además tu compañera de piso está revolcándose con mi hermano. Preferiría que no hablaras con ella, la verdad.

—¿Sabe algo tu familia de tus… preferencias?—me pregunta con timidez.

—No. No son asunto suyo.

Nunca deja de sorprenderme su ingenuidad. No creo que ningún familiar vaya por ahí contando de sus prácticas de dominación sexual a sus padres. Oh, Anastasia Steele, eres tan inocente…

—¿Qué quieres saber? —le pregunto.

La tomo del mentón y la miro. Siento su escalofrío cuando nuestros ojos se cruzan tan cercanos.

—De momento nada en concreto —me dice tímidamente.

—Bueno, podemos empezar preguntándote qué tal lo has pasado esta noche.

Todavía no ha dicho nada sobre su experiencia de anoche. Que fue extraña también para mí. He desvirgado a una chica. Ha sido algo convencional y al mismo tiempo muy especial.

Pero ahora quisiera escuchar cómo se ha sentido ella.

—Bien —me responde.

Su respuesta me hace sonreír.

—Yo también. Nunca había echado un polvo vainilla, y no ha estado nada mal . Aunque quizá es porque ha sido contigo.

Acaricio su labio. Siento deseos de follarla ahora mismo.

—Ven, vamos a bañarnos—le digo y noto que la idea le encanta.

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