Oh, sí. Quiero ver a esta diosa en ropa interior y tacones altos. Le acerco los zapatos grises que combinan con el vestido, y la ayudo a ponérselos. La forma de sus piernas se estiliza, se alarga, sus gemelos se dibujan arrebatadores debajo de las medias de seda. Coloco una silla delante de ella, junto a la cama. Me divierte su no saber qué viene ahora. Probablemente se esté preguntando la silla para qué, los tacones para qué. Y la respuesta es tan sencilla que prefiero dejarla con la incertidumbre. Los zapatos, porque la visión de su semidesnudez en tacones me vuelve loco, y la silla, para que pueda inclinarse sin perder el equilibrio cuando la penetre con las bolas de plata. Una a una. Una detrás de otra.

- Cuando yo te haga una señal tienes que agacharte un poco, y apoyarte en la silla. ¿Has entendido?

- Sí, Christian.

- Muy bien. Ahora abre la boca.

Anastasia entreabre los labios, obediente. Cambio las bolas de mano, para dejarme la derecha libre, que es la que va a facilitar el camino. Introduzco mi dedo índice en su boca.

- Ahora chúpalo –le ordeno.

Anastasia lo atrapa con su lengua, le da vueltas, succiona. Joder, qué placer… Meto las bolas en mi boca para lubricarlas mientras anastasia fela mi dedo. Nos miramos cómplices, sonreímos. Tiro del dedo para proceder a la segunda parte de las tres que tiene esta operación, y ella lo atrapa con los dientes. Sin quitarme las bolas de la boca, tuerzo la cabeza, y ella lo libera. Con los ojos le indico que es el momento de inclinarse sobre la silla, y ella se gira. Se apoya con las manos en el respaldo, inclinándose frente a mí. Su culo maravilloso se me presenta delante de la cara como una visión espectacular. La fina seda de las bragas se adhiere a su cuerpo como una perfecta segunda piel. El contraste de lo negro de la lencería con lo blanco de su piel es una combinación perfecta. Me enloquece. Noto su respiración alterada, e intento buscar su cara entre la cascada de pelo, semioculta. Tiene los ojos cerrados, los labios entreabiertos. Su pecho se hincha atrapado en el bustier, sus tetas a pugnando por liberarse de la ropa interior. Podría arrancársela ahora mismo y poseerla de nuevo. Pero entonces el juego no tendría gracia. Reprimo mis instintos, y sigo.

Aparto con la mano izquierda la tela de las bragas para dejar al descubierto el orificio de su vagina. Lo busco con dos dedos, acariciándole el clítoris. Anastasia deja escapar un gemido.

- Oh, Christian…

Mientras sigo jugando con su clítoris, introduzco el dedo que acaba de lamerme en su interior. Está tan húmeda que no habría hecho falta que me lo chupara. Habría entrado con total suavidad de cualquier manera. Una vez en su cálido interior, lo giro, abarcando toda la superficie que mi índice me permite. Su clítoris se endurece, las paredes de su sexo me oprimen el dedo. Está lista.

Me saco de la boca las pesadas bolas, atemperadas con el calor de mi boca, húmedas de mi saliva. Mis flujos y los suyos, otra vez, en una sola comunión de placer para ambos. Lentamente las acerco a ella, y las apoyo contra su culo. Las arrastro hacia la vagina, dejando que las note, que rocen su piel. Cuando la primera llega hasta su abertura, empujo con suavidad. Su primer impulso es cerrarse. Sus músculos pugnan por evitar que entre algo extraño en su cuerpo. Con la otra mano, vuelvo a masajear su clítoris para devolverle la excitación necesaria, y que sus músculos se relajen de nuevo. Y funciona. Casi sin esfuerzo, la primera bola desaparece en su interior.

- Aaaah… -deja escapar una mezcla de sorpresa, quejido, gemido.

- Shhh… sólo ha sido la primera, nena. Ya verás como te gusta.

Anastasia suspira y hace más pronunciada la curva de su espalda, basculando la pelvis, ofreciéndome aún más su sexo, ahuecando los muslos para que entren mejor. Le gusta. Sabía que le iba a gustar. Una a una todas las bolas desaparecen dentro de su cuerpo. Al llegar la última, acerco mi boca, y lamo la entrada de su vagina, de la que ahora sale un breve cordón plateado. Lo muerdo un momento, tironeando, para que sienta que se mueve en su interior, y jadea de nuevo. Sabe deliciosa, huele deliciosa, está caliente, húmeda, lubricada, y estará así toda la noche. Toda. Hasta que decidamos sustituir la plata por mi pene. Espero que llegue pronto ese momento, porque ya estoy empalmado, y no estoy seguro de poder dejar de estarlo en toda la noche, sabiendo que Anastasia lleva mis bolas de plata puestas.

Con cuidado le coloco de nuevo la tira de las bragas en su sitio, y le aprieto las nalgas, una contra la otra. Ya está nena, ya está. Acaricio con la palma de la mano sus piernas, desde el sexo hasta los tobillos, deteniéndome en el encaje de las ligas, que beso.

- Tienes unas piernas preciosas, señorita Steele.

Anastasia sigue como paralizada, apoyada en el respaldo de la silla, inclinada hacia delante, sus piernas infinitas calzadas en los Lobouttin altísimos, las ligas, el breve tanga de seda, el cordón de las bolas. Repaso cada centímetro de su piel, subo las manos por encima de sus caderas, las paseo por sus costados, sobre el ajustado bustier, hasta llegar a sus pechos apretados. Con dos dedos me cuelo por debajo de las copas para tocar sus pezones, durísimos. Anastasia gime y suspira, inclinando la cabeza a ambos lados en una especie de éxtasis silencioso que me vuelve loco. Lo que daría por poseerla ahora mismo. Con fuerza, la atraigo hacia mí, apoyo su sexo en el mío, hinchado.

- Cuando volvamos a casa te poseeré así –mientras lo digo mi mente vuela ya al baile de su cuerpo enganchado en el mío, las manos firmes en el respaldo de la silla, los pechos liberados del sostén, rebotando, su sexo lubricado después de las horas con las bolas-. Pero ahora ya puedes incorporarte, Anastasia.

Se levanta delante de mí, con la cabeza aún ladeada. La visión de su lóbulo me recuerda que aún no le he dado los pendientes. Los saco del bolsillo besándole el hombro.

- Compré esto para ti. Quería que los llevaras en la gala del sábado pasado, pero como me dejaste, no tuve la ocasión de dártelos. Querría que los llevaras hoy. Esta es mi segunda oportunidad.

Anastasia coge la caja roja, y la abre.

- Oh, Christian… Son una auténtica preciosidad –sus ojos llenos de emoción y agradecimiento me buscan-. Muchísimas gracias.

- ¿Vas a ponerte el vestido de satén plateado? –digo, señalando con la cabeza el vestido que Anastasia había sacado del armario cuando la he interrumpido con el episodio de las bolas.

- Sí, si te parece bien.

- Claro, me encanta. Fantástica elección. Te dejo para que te arregles.

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1 Comentarios

  1. MARY dice:

    excelente¡¡¡¡¡

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