• Nueve.

Anastasia gime, suspira, contiene el aire antes de cada golpe.

  • Diez.

Lo deja escapar justo después, en medio de un ahhh velado. Lo está disfrutando. Y yo también.

  • Once.

Anastasia sometida a los ojos de todos los participantes de la fiesta. Siendo juzgada por cada par de ellos. Examinada su ropa, su peinado, sus joyas, sus zapatos. Su tímida forma de dejarse estar en la palestra mientras le ponen precio a un baile con ella. A un baile que me pertenece.

  • Doce. Ya está, nena. Muy bien.

Y sí, lo cierto es que muy bien. Yo me siento por un lado, resarcido. Como si al fin hubiera podido vengarme de su desobediencia, de su iniciativa insultante hacia mi posición. Muy bien porque sé que le ha gustado, la forma en la que reaccionaba su cuerpo con cada azote no deja la más mínima duda. Lo ha disfrutado. Cada uno de ellos. Cada golpe ha tenido que remover sus entrañas castigadas por el peso de las bolas de plata, proporcionándole un placer extra que, sin duda, ella no se esperaba. Los dedos de sus manos se estiran y contraen atrapados en el lazo de mi pajarita.

La piel de su trasero, erizada y enrojecida, está surcada por las marcas de mis dedos, en toda su extensión. Acaricio por completo sus nalgas, de lado a lado, de arriba abajo, apretando mi palma sobre ellas aquí y allá. Estoy tremendamente cachondo, pero quiero darle un poco más de placer como premio, antes de follármela. Dejo resbalar la mano entre las dos nalgas, buscando la raja que las separa, y la recorro. Cuando llego a la vagina, compruebo que está tan húmeda como me esperaba. Excitada, y lista. Tanto, que dos de mis dedos se deslizan en su interior sin ningún esfuerzo. Allí, los músculos de sus paredes me oprimen los dedos, haciendo aún más fácil el movimiento circular que le provocará el más dulce de los orgasmos. Siempre es así, después de un castigo. La recompensa es doble. En pocos segundos, mis ágiles dedos le provocan el placer que tanto esperaba, y explota en un tremendo clímax.

  • Todavía no he terminado contigo, Anastasia –le digo, recolocando su cuerpo lacio, jadeante, sin voluntad como una marioneta, en el suelo, ella arrodillada frente a mí, apoyada sobre mi cama de cuando era niño. Mantengo mis dedos en su interior, disfrutando de las convulsiones que no cesan, masajeando la zona torturada por las bolas anteriormente.

De rodillas detrás de ella, de repente toda la parafernalia de la noche cobra sentido. Me veo triunfante a punto de follarme a la mujer más bonita de la fiesta, la más deseada, vestida sólo con un sostén, unas medias, unos tacones, y una misteriosa máscara. Mientras me coloco el preservativo, observo la escena. Anastasia respira profundamente de rodillas en el suelo. Sus pechos cuelgan firmes dentro de las copas del sujetador. Su culo aún enrojecido y terso se mueve al compás de su respiración.

  • Abre más las piernas –ordeno, extrayendo mi miembro de los pantalones, y colocándome el preservativo. Joder, ¿cuánto más tendremos que usar estos malditos profilácticos? Daría lo que fuera por clavársela ahora mismo, piel con piel, sin contemplaciones. Me ocuparé de esto enseguida. ´

Ella, obediente, abre las rodillas, separándolas lo suficiente para dejar a la vista su sexo, rebosante de jugos.

  • Nena, esto va a ser rápido –advierto, gozando el último vistazo de su sexo a punto de recibirme.

De una única y sólida embestida, la penetro.

  • ¡Aahh! –grita ella al sentir mi miembro dentro de su cuerpo.

  • Sshhh –susurro, tratando de no perder la concentración.

Entro en ella, una y otra vez. La penetro hasta lo más profundo, hasta que noto que mi miembro rebota con sus entrañas, que ya no pueden recibir más. La sujeto firmemente de las caderas, con las manos abiertas para abarcar toda su deliciosa cintura. Cierro los ojos y veo la imagen desde fuera, cosa que me excita sobremanera. Me imagino a mí mismo follándome duro a la chica más sexy de la fiesta, poseyéndola, proporcionándole un placer nuevo que nunca había sentido. Yo, aún vestido, ella, casi desnuda. Abro los ojos y veo su culo, que rebota contra mis caderas en cada embestida. Su pelo se agita siguiendo a su cabeza. De repente, Anastasia empieza a buscar la cercanía de mi cuerpo. Se incorpora un poco sobre las manos, de forma que en cada penetración, el hueco de su pelvis se hace más amplio y la embestida, más profunda.

  • No lo hagas, Ana, mierda –si vuelve a hacer eso, me correré inmediatamente.

Pero hace oídos sordos a mi petición. El contacto directo con su culo me pone aún más cachondo. Y me rindo. La ayudo a incorporarse más y en lugar de sujetarla por las caderas, subo las manos hasta rodear sus pechos, y los agarro como si de ellos pudiera escaparse mi vida. Noto a través de la tela los pezones duros. Los pellizco un momento, y siento que se corre de nuevo. Me dejo llevar yo también. Gritamos, ambos, presa de un orgasmo tremendo. Sus convulsiones me mantienen dentro de ella, mis manos la atraen hacia mí. En este momento somos uno.

  • Señorita Steele, juraría que me debe usted un baile –anuncio, cuando nos recuperamos del sexo. La atraigo sobre mi regazo para besarla y acariciarla. Ella deja escapar una mezcla de gruñido, suspiro, jadeo-. Vamos, no tenemos mucho tiempo.

Mientras Anastasia se viste recompongo mi habitación. Me asaltan los recuerdos que plagan las paredes, los olores conocidos, los sonidos tan familiares de esta gran casa que cruje las noches de cielo claro y viento.

  • Christian, cariño, ¡has vuelto a hacer tu cama sin que te lo digamos! Eres un muchacho maravilloso.

  • Venga ya, mamá, para eso tenemos al servicio, ¿no?

  • No Elliot. Sabes que no. Tenéis que aprender a ser responsables de vuestras cosas. Y vuestras habitaciones son vuestras. Tienen que estar limpias y ordenadas. Deberías aprender de tu hermano.

Elliot solía mofarse de mí. Me decía que parecía un viejo, un señor mayor. Que no hacía cosas de mi edad. Que no tenía que hacer la cama, que podía rebelarme. Que escaquearse estaba bien, que hacer enfadar a papá y a mamá de vez en cuando era divertido. Aburrido, me decía. Eres un aburrido. No era un aburrido. Yo quería decirle a ti no te han dado una paliza por no hacer lo que se supone que se espera de ti. Ni tu padrastro, ni tus compañeros de la casa de acogida. Nadie. A ti nadie te ha maltratado. Pero nunca le decía nada. Simplemente, hacía mi cama, recogía mi habitación, estudiaba, sacaba buenas notas. Intentaba así pasar desapercibido.

Salgo de mi ensoñación y me doy cuenta de que Anastasia está pegada a la pared, mirando todas y cada una de las cosas que cuelgan de ella. Banderines de la universidad, algún trofeo, diplomas, una camiseta de un equipo de rugby, una pelota de baseball en un pequeño pedestal. Entradas de conciertos, fotografías familiares.

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3 Comentarios

  1. mile dice:

    ya se pasó la fecha del capitulo siguiente, que pasa??? no nos dejen así por favor.

  2. Kattia Benavides dice:

    cuando bajan el siguiente ya ha pasado mucho tiempo

  3. MARY dice:

    YA HACE TIEMPO QUE NO ENVIAN NUEVOS CAPÍTULOS, POR FAVOR TENGAN PIEDAD DE NOSOTRAS.

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