- Ésta era mi habitación. Nunca había traído a una chica aquí –digo, cerrando la puerta detrás de nosotros.

- ¿Nunca?

Anastasia gira sobre sí misma, mirando a todas partes con curiosidad. Es posible que Mia le haya descubierto a un Christian que ella no ha conocido, y esté buscándolo ahora en las paredes de mi habitación de adolescente. Pero ahora no estoy para cuentos. Llevo queriendo follar con ella desde el mismo momento en el que le introduje las bolas en su lubricada vagina antes de salir de su casa. Y tengo ganas de castigarla desde que se ofreció voluntariamente a un público ávido de espectáculo cuando compró mi propio lote en la subasta. Por no hablar de su ofrecimiento a l

- No tenemos mucho tiempo, Ana, aunque no nos hará falta mucho tiempo tampoco… Estoy a punto de explotar. Ven, date la vuelta –la atraigo hacia mí-. Deja que te quite el vestido.

Anastasia se acerca a mí, y deslizo los tirantes del vestido por sus hombros, dejando que resbalen. Sus manos suben hacia la cara, y la detengo con la voz.

- No te quites la máscara.

Bajo la cremallera del vestido, y noto cómo la piel de Anastasia se eriza al contacto con mis manos. En mi mente bullen los distintos momentos de la noche en un caldero confuso. Las escenas de mi casa, antes de salir, la tensión en el coche, su mano apretada en la mía, las ganas que tenía de llevármela lejos de aquí, y desnudarla, tal y como está ahora… Y la subasta, después. Maldita subasta. Pero verla así, tan… linda. Tan pequeña y frágil, tan… tan mía.

- Sabes, Anastasia, antes estaba tan enfadado porque hubieras comprado mi lote en la subasta que tuve ideas de todo tipo –digo mientras me quito la chaqueta, me deshago el lazo de la pajarita, me desabrocho la camisa y el calor sube en el interior de mi ihabitación infantil-. He tenido que recordarme a mí mismo que el castigo no era una de las opciones viables –me acerco a ella que espera inmóvil, los labios entreabiertos, su delicioso cuerpo atrapado en el delicioso conjunto de ropa interior, los ojos cuyo interior sólo he visto yo, escondidos en la penumbra de la habitación tras su máscara-. Dime, ¿por qué hiciste eso?

- ¿El qué? ¿Ofrecerme para la subasta? No lo sé… -su voz arranca con un temblor-, frustración, tal vez; tal vez demasiado alcohol… Y era por una buena causa. Además, Mia me lo pidió y yo…

Anastasia, consciente de que ha obrado mal, de que ha pasado por encima de mí, parece que me ruega extrañamente ese castigo. La forma en que se enfrenta a mí esta vez es distinta de las otras. No hay miedo en sus gestos, no es incomprensión. Me atrevería a decir que es más deseo, más ansia. Pero no puedo dejarme engañar y correr el riesgo de perderla otra vez.

- Me juré a mí mismo que jamás volvería a pegarte. Nunca, ni tan si quiera si me lo suplicabas, Anastasia.

- Por favor –lo desea, lo desea tanto como yo.

- Y sin embargo, me he dado cuenta de que puede que estés muy incómoda en este momento, y no es algo a lo que estés acostumbrada –tantas horas con las pesadas bolas de plata en su interior tienen que dejarse notar…

- Un poco… -dice ella, en un murmullo.

- Por eso creo que podría haber… algo de flexibilidad en mi decisión de no volver a castigarte. Pero, si lo hago, hay una cosa que tienes que prometerme, Anastasia.

- Lo que sea –su voz suena como una súplica que me llena de satisfacción.

- Prométeme que usarás las palabras de seguridad si las necesitas. Si lo haces, simplemente te haré el amor, ¿has entendido?

- Oh, sí, Christian, sí…

Perfecto. Tomo su mano y nos dirigimos a la cama. Yo con la camisa floja, ella en ropa interior y tacones. Los dos con la máscara, como dos desconocidos que se conocen muy bien. Retiro de la cama la colcha y coloco una almohada para hacerle más cómodo el apoyo del pecho. Empieza el castigo y con él, termina la delicadeza. Tiro con fuerza de su mano y ella cae sobre mi regazo. Coloco su vientre sobre mis muslos, el pecho en la almohada, y retiro el pelo de su cuello, para poder admirar toda la belleza pálida de su espalda. Retiro la pajarita del cuello de la camisa y le ato las muñecas en la espalda con ella. Ahora está inmovilizada, casi desnuda, muerta de deseo por mí. Ardiendo. Con la respiración entrecortada. Yo ardo también. Ardo en deseos de entrar en acción.

- Anastasia, ¿de verdad quieres esto? ¿Estás segura?

- Sí, lo quiero.

- ¿Por qué? –por qué, por qué… me tortura la pregunta. Si lo hace por mí no podrá soportarlo. Lo intentamos y no funcionó. Tiene que querer, tiene que querer ella… Tiene que ser ella. Anastasia tarda en responder, y en su silencio, se me seca la boca.

- ¿Es necesario que tenga un motivo? –dice, al fin.

- No, nena. No hace falta un motivo. Solamente estoy intentando entenderte.

Aprieto su cuerpo con la mano, tratando de encajar la curva de su vientre en mis muslos. Inmovilizo sus caderas, acaricio sus muñecas atadas y, cuando noto el primer suspiro de placer escapar de su boca, alzo la palma de la mano y la dejo caer con fuerza, abierta, en el punto exacto en el que se encuentran sus muslos.

- ¡AAaahhhh! –gime ruidosamente Anastasia ante el golpe inesperado. Adopto a medias mi actitud de Amo y, aunque no la reprendo por haberse quejado sin pedir ni obtener mi permiso, no busco reconfortarla. Es más, repito el golpe seco en el mismo punto. Exactamente en el mismo sitio. Allí donde el eco del azote rebotará en el interior listo para mí por las bolas de plata. Y el retumbar del golpe aliviará la tensión que habrán creado con su peso.

- Dos –susurro yo-. Doce, con doce azotes bastará.

Con el tercero descargo la rabia contenida de su puja por mi lote.

Me deleito en la visión gloriosa de su cuerpo semidesnudo sobre mí. Detengo un segundo los azotes, quiero su culo entero a mi vista, sin ropa interior, sin bragas. Deslizo los pulgares por debajo de la goma para retirarlas y ella, adivinando mis intenciones, ahueca el vientre para facilitarme la tarea. Al hacerlo noto lo húmeda que está, lubricada, lista para recibirme. Oh, dios, qué maravilla… Una vez su culo desnudo sobre mis piernas, recupero el castigo. Levanto la mano. Descargo.

- Cuatro.

El cuarto y el quinto por hacerse ido al cuarto de baño a quitarse las bolas sin mí.

- Seis.

Del sexto al noveno, por la erección dejada a medias durante el resto de la subasta. Y los últimos tres, por haber dejado que la miraran otros hombres. La piel de su culo está irritada y enrojecida cuando termino.

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