Siento una tremenda presión en el pecho, como si el contacto del pintalabios fuera una apisonadora en lugar de una ligera barra de maquillaje. Me oprime, me atraviesa.

¡No le pises, animal, es sólo un niño! Eso decía mi madre desde el sofá verde mugriento cuando el gran cabrón venía hacia mí y me tiraba al suelo de un empujón. Quita de en medio, sabandija. ¡Vas a matarlo! ¡Calla, perra! Después venía un sonido seco, su mano cruzando la mandíbula de mi madre, que yacía siempre medio desnuda como una lamentable odalisca harapienta. Drogada. Borracha. Llorosa. Gimoteaba siempre. Y yo evitaba llorar. Encogido para que las patadas del gran cabrón no alcanzaran mi vacío estómago.

- Bueno, ya está. Ya he terminado -Anastasia me saca de mis terribles recuerdos.
- Aún no -indico con el dedo índice por dónde debe cerrar la línea que demarca la zona intocable, entre los hombros, por debajo del cuello.
- ¿Alrededor del cuello también? -pregunta.
- También.

Anastasia termina y baja las manos sobre su regazo, conteniendo la respiración.

- Ahora la espalda -le digo girándome para que pueda pintar también la parte posterior de mis límites.

¡No te escondas, rata! ¿Eres imbécil? O peor aún, ¿te crees que yo soy imbécil? Niño estúpido, puedo verte aunque te des la vuelta. ¡Sé un hombre y date la vuelta!

- Ahora sí, ya está.

Aliviado por haber terminado ya me giro, e intentó expulsar mis fantasmas con las palabras.

- Estos son mis límites, Anastasia -joder, ojalá hubiera podido decírselo al gran cabrón, a la yonqui de mi madre. Estos son los límites, no me toquéis, no me jodáis la vida. Qué distinto habría sido todo. Una vida libre de cicatrices, ni físicas ni mentales. Una vida mejor. Tal vez.
- Me parece muy bien. Ahora que los conozco, puedes estar tranquilo y saber que siempre, sea lo que sea lo que te haya ocurrido en el pasado, los respetaré. Y ahora mismo quiero lanzarme en tus brazos…
- Adelante, señorita Steele. Soy todo suyo.

Y ella toda mía. Y ahora mismo vamos a terminar aquello que empezamos cuando Taylor nos interrumpió. Dejo que se lance sobre mí pero con un hábil movimiento de mi torso la coloco entre mis brazos, la espalda apoyada en la cama.

- ¿Recuerdas que habíamos dejado algo a medias?

Por toda respuesta, se agarra a mi cabello con las dos manos y me besa profundamente, mordiendo mi labio inferior. Me gusta sentir su lengua buscando el cielo de mi boca, jugando con la mía, llenándome de su sabor, de su saliva fresca. Mis manos recorren sus costados arriba y abajo, los dedos bien abiertos para abarcar la mayor parte posible de su fisonomía, desde la curva de sus nalgas al hueco que dejan sus pechos al caer a los lados, hacia las axilas. Levanto un poco su camiseta y noto el contacto de mi piel con la suya. Caigo en la cuenta de que soy yo el que está medio desnudo, y siento la imperiosa necesidad de arrancarle toda la ropa que la cubre. No sólo para disfrutar de su desnudez, sino para sentirla cerca. Muy cerca. De un tirón le saco por la cabeza la camiseta y la lanzo al suelo, a los pies de la cama.

- Quiero sentirte, Anastasia.

Con una mano desabrocho su sostén mientras la otra corre debajo de una de las copas, para agarrar su pecho recién liberado. La tumbo de nuevo sobre la cama y me regodeo en esta visión celestial, la mujer que amo yace debajo de mí, los brazos abiertos en cruz, el cabello esparcido sobre la cama, sus pechos… Joder, nunca he visto nada como sus pechos. Los agarro con ambas manos, cubriéndolos por completo. Siento sus pezones duros en mis palmas, y no consigo contener las ganas de metérmelos en la boca y succionar, chupar, lamer, morder. Anastasia ahoga un gemido cuando los aprieto con mis dientes.

- Eso es, nena. Grita. Deja que te oiga.

Obediente, deja escapar un gemido profundo, hincha el pecho, separa las costillas, me regala sus tetas para que siga comiendo de ellas. Muerdo un pezón con los dientes, retuerzo el otro con una mano, lo pellizco, lo tenso hasta el límite del dolor, que controlo con la presión con la que Anastasia aprieta mi cabeza y tira de mi pelo. Noto que está a punto de correrse, pero quiero más, quiero forzar esta experiencia rozando el orgasmo, bordeándola. Con la mano que tengo libre, llego hasta el botón de sus vaqueros. Lo abro. Ella adivina mi próximo movimiento, su sexo, y ahueca las caderas para hacer sitio a mis dedos.

Con la mano plana llego por debajo de sus bragas a rozar su clítoris, y sigo avanzando entre las piernas. El hueco de su vagina está deliciosamente húmedo, mojado listo para recibirme. Introduzco mi dedo corazón en su interior, acariciando su punto erógeno en pequeños círculos, presionando hacia su vientre.

- Oh, estás tan húmeda, nena…
- Te deseo, Christian.

Anastasia tira de mi cara hacia arriba, sacando de mi boca su pezón enrojecido y endurecido. Me besa intensamente. Noto mi erección atrapada en los vaqueros, a punto de estallar. Mi polla pugna por salir, por liberarse y penetrar a Anastasia. Hondo. Duro. Saco mis dedos de su interior, que ya está preparado para recibir la primera embestida de mi ansioso miembro. Me incorporo y la despojo de la ropa que le queda, apenas los vaqueros y las bragas que tiene ya medio bajadas.

Recostada sobre los codos en la cama, con las piernas abiertas y su sexo lubricado, y sus pechos enrojecidos, Anastasia luce radiante. Quiero follármela de una forma distinta a la que siempre he querido follar. No tiene que ver con ninguna otra experiencia. Le lanzo un preservativo para ganar tiempo, y me termino de desnudar. Ella lo abre, y me lo coloca. Me pone tremendamente cachondo que sea ella la que haga las cosas. La que me coloca el preservativo. La que me cabalgue.

- Colócate encima de mí -ordeno, tumbándome sobre mi espalda y sentándola a horcajadas encima de mí-. Quiero verte.

Anastasia se deja hacer pero titubea, un poco torpe, al colocarse sobre mí. Llegará el día en el que de un rápido movimiento la penetre cuando se siente sobre mí. Pero no hay prisa. Con la mano guío mi miembro hasta su abertura, y me abro paso con un dedo. Está aún más mojada que antes. Cambió el dedo por el pene, y se lo meto, profundamente, despacio, hasta el final, basculando mis caderas para que la penetración sea más profunda. La agarro de las manos y la ayudo a establecer un ritmo de movimientos, notando cómo llego hasta lo más interior de su ser.

- Me gusta sentirte, nena.

Y quiero que me sienta ella a mí. La agarro de las caderas. Tiro de ellas, adelante y atrás, una y otra vez, acelerando el ritmo según siento las convulsiones de las paredes de su vagina.

- Siénteme nena, siénteme.

La visión de sus pechos pendulando delante de mí me embriaga. El pelo le cae a los lados de la cara, enmarcando su tez pálida, sus ojos maravillosos, sus mejillas sonrosadas por el sexo.

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1 Comentarios

  1. MARY dice:

    Wau, que emoción el sentir todo el amor que se propaga entre los dos.

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