Me despierto temprano y de buen humor. Si bien anoche fue una mala noche con Anastasia, algo me indica que las cosas mejorarán hoy en el acto de graduación.

Hace días preparé un discurso que va a tener buena recepción. Es convincente y da información sobre el estado de la agricultura en países del tercer mundo. También tiene algo emotivo que causará cierto impacto en la audiencia.

Es seguro que ella me estará buscando, mirando, escuchando. Mientras elijo el traje que usaré pienso en cómo hacer algo para llamar su atención y, tal vez, perturbarla. Entonces, me decido por llevar la corbata gris, esa con que até sus muñecas. Al ver la corbata entenderá mi mensaje y, probablemente, se sienta entre halagada y confundida.

Me molesta no haber recibido respuesta a mi e-mail, tal vez, lo haga en un rato.

Avanza la mañana y no encuentro ninguna respuesta. ¿Y si le ha pasado algo? Salió anoche un poco alterada, con alguna copa de vino encima, y además en ese cacharro que llama coche. Me preocupo.

Pasan las horas y cada vez estoy más alterado. No recibo respuesta de ella.

Llego al auditorio y saludo al rector y a los profesores. A muchos de ellos lo conozco de distintas conferencias que he dado. En un momento se acerca la señorita Kavanagh que dará un discurso previo al mío.

Verla a Katherine me tranquiliza en parte. Por lo menos, sé que Anastasia ha llegado a su casa. Sin embargo, me sulfura que no me haya respondido.

—Buenos días, Katherine— la saludo cordialmente.

—Hola, Christian—me responde mucho más distendida de la última vez que nos vimos.

Eso, por supuesto, me hace pensar en que Anastasia no le ha dicho nada. Y eso es bueno. Por un lado, me alegra que no le haya comentado nada del contrato. Por el otro, es evidente que no mencionó una “ruptura”, porque, de haberlo hecho, la conducta de su amiga hubiera sido otra.

Entramos al escenario del gimnasio. En cuanto el rector se dirige a dar comienzo al acto, aprovecho para mirar los asientos y ver dónde está Anastasia.

Las togas y los birretes no ayudan demasiado. Tampoco me gustaría que me viera buscándola desesperadamente. Es evidente que ha decidido no dejarse ver con facilidad. Aunque no será difícil encontrarla.

Apenas un momento después la veo. Está “escondida” en la segunda fila, con sus hombros encogidos, como una niña que cree que así se hará invisible. Clavo mis ojos en los suyos. Luego, sonrío.

Está hermosa. Tiene frescura en el rostro y, a pesar de que se la nota nerviosa, puedo reconocer esa mirada con la que me ha mirado. Es de ese tipo de miradas en donde sus ojos brillan porque la atracción es más fuerte que su capacidad para reprimirla.

De repente se sonroja y comprendo que no estoy equivocado en mi percepción. ¿Qué recuerdo habrá tenido?

Veo que la corbata funcionó de maravillas.

Por eso, sé cuál es el siguiente paso. De acuerdo, señorita Steele, está intentando esconderse, pues tendrá lo que quiere, porque dejaré de mirarla.

Además me molesta que no haya respondido mis mails. ¿Es que ahora se hará la que pasa de mí? Pues bien, le pagaré con su misma moneda. Me concentro en el frente sin volver a poner mis ojos en ella. Estoy seguro que debe estar pendiente y preguntándose por qué no la miro.

Llega el discurso de Katherine que tiene mucho éxito. Debo reconocer que hasta a mí mismo me sorprende. Nunca hubiera imaginado que podría ser tan carismática con el público. Y tiene un gran dominio de la oratoria. La observo asombrado y aplaudo con gusto cuando termina.

Observo un instante a Anastasia y veo que observa fijamente a Katherine y le sonríe. Está emocionada de ver el éxito que ha tenido su amiga. Se nota que la quiere y la valora mucho.

Llega mi momento. Reconozco que no me pone nada nervioso. Estoy acostumbrado a hablar en público. Lo he hecho muchas veces. Además, esto se trata de graduados y padres. No es un público difícil.

Sin embargo, por un instante, imagino la mirada de Anastasia y me pongo…inquieto. No sé, no puedo definirlo con exactitud. De todas formas, no tengo nada que temer. Sé disimular cualquier alteración de mi carácter sin que nadie lo note.

Lo que me perturba es sentir esa especie de ansiedad que me provoca saber que ella está allí, escuchándome. No puedo entender esa sensación tonta.

El rector es muy amable en la presentación que hace. Todos me aplauden y sé que algo sucede dentro de Anastasia. Puedo sentirlo. Es como si pudiera sentir su cuerpo. Incluso a la distancia.

Comienzo con los agradecimientos:

—Estoy profundamente agradecido y emocionado por el gran honor que me han concedido hoy las autoridades de la Universidad Estatal de Washington, honor que me ofrece la excepcional posibilidad de hablar del impresionante trabajo que lleva a cabo el departamento de ciencias medioambientales de la universidad. Nuestro propósito es desarrollar métodos de cultivo viables y ecológicamente sostenibles para países del tercer mundo. Nuestro objetivo último es ayudar a erradicar el hambre y la pobreza en el mundo. Más de mi l millones de personas, principalmente en el África subsahariana, el sur de Asia y Latinoamérica, viven en la más absoluta mi seria. El mal funcionamiento de la agricultura es generalizado en estas zonas, y el resultado es la destrucción ecológica y social . Sé lo que es pasar hambre. Para mí, se trata de una travesía muy personal…

Cuando digo esto soy consciente de que Anastasia se está enterando por primera vez que fui un niño pobre. ¿Qué pensará la señorita Steele sobre eso? Sé que como mínimo estará muy sorprendida.

Cuando llega su turno, la veo venir y algo se estremece dentro de mí. Sin embargo, mantengo la calma. Incluso hasta me doy el gusto de la ironía.

—Felicidades, señorita Steele —le digo mientras nos estrechamos las manos—. ¿Tienes problemas con el ordenador?

Me mira confundida como diciendo “ahora no me hagas hablar de esto”. Y ese era precisamente el efecto que yo buscaba.

—No.

—Entonces, ¿no haces caso de mis e-mails?

—Solo vi el de las fusiones y adquisiciones.

Me pregunto si lo hace a propósito o sabe de lo que le estoy hablando.

—Luego —le doy más precisiones.

Pero tiene que continuar caminando porque los demás graduados comienzan a detenerse por culpa de ella. Así que va hacia su asiento. Luego, van pasando varias de sus compañeras que me miran como groupis en celo. Su vulgaridad contrasta con la belleza especial de Anastasia.

Cuando termina el acto, le pido a Katherine que le avise a Anastasia que quiero hablar con ella. La amiga Kate se pone un poco hostil y me pregunta si no quiere que ella le dé mi mensaje. Le explico que no, que tengo que decir algo personal.

Me quedo hablando con el rector y unos profesores hasta que veo que Anastasia se acerca a mí.

La llevo al vestuario de hombres, compruebo que esté vacío y la meto allí dentro. Cierro la puerta.

Quiero escuchar una maldita explicación de por qué no me ha respondido. Y me la va a dar. Ahora mismo, me la va a dar.

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1 Comentarios

  1. Miguelina Arias dice:

    El Cristian se las trae,no quiere pero insiste.

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