- Lo sé –respondo, pero no estoy muy seguro.
Ana sabe muchas cosas de mí. Muchas. Ana no sabe cosas que sabe Elena, por ejemplo, pero ésas ya no son importantes en mi vida. Las importantes de verdad sólo las sabe ella. Y las sabe porque las está creando, sin saberlo, ella sola. Trato de ordenar mis ideas. De saber qué es lo que significa todo este sinsentido de peleas, discusiones, celos, miedos. Toda esta novedad. Anastasia sigue aquí, recostada a mi lado, dejándose acariciar, acariciándome sólo donde sabe que puede hacerlo y, de pronto, todo cobra forma. Todo tiene sentido. Nadie como ella ha sabido llegar a mí.
- ¿Qué pasa, Christian? –dice, sentándose sobre el piano y mirándome fijamente, como si supiera lo que me pasa por la cabeza.
- Te quiero, Anastasia Steele –respondo, acariciando su rostro.
Ella sonríe y me besa. Suspira. Siento mi respiración entrecortada. Nuestros cuerpos ligeros sobre el piano, nuestras almas unidas después del sexo. Nuestras miradas fundiéndose.
- Yo también te quiero, Christian Grey. Siempre lo haré.
- Vámonos a la cama, nena. Es tarde.
- Vámonos a la cama.
Ana se ajusta la bata y la ayudo a bajar del piano. Nos cogemos de la mano y, juntos, vamos a la habitación. A nuestra habitación.
- ¿Tienes que trabajar todavía? –me pregunta, cuando abro la puerta del dormitorio y dejo que pase delante de mí.
- No, cariño. Ya no –respondo, ayudándola a despojarse de la bata.
- Me alegro –dice, y se mete en la cama, abriéndome las sábanas para que me acueste a su lado-. Me gusta que nos vayamos a dormir juntos.
La seda de las sábanas cruje mientras nos acomodamos y nos cubrimos, a pesar de que no hace mucho frío. Pero la sensación es agradable, la de estar cubiertos por una misma capa que nos aísla del mundo. Ana coloca su cabeza sobre mi pecho, y busca mi mano en la oscuridad. Se la doy.
- Buenas noches, Christian –susurra, depositando un beso en mi hombro.
- Buenas noches, preciosa. Que descanses.
Anastasia tarda apenas unos segundos en caer rendida, y escucho su respiración tranquila encima de mí. Y así, con el aroma de su pelo limpio envolviéndome, me dejo llevar por el sueño yo también. Contento de que este día haya terminado. Y de que haya terminado bien.
Buenos días, Seattle. Para los que se estén despertando ahora informaros de que son las seis en punto de la mañana y de que parece que el sol hoy sí quiere brillar. Y menos mal, porque la mañana se presenta complicada en cuanto al tráfico se refiere. Ha habido un accidente en el puente al oeste de Montlake Boulaverd east, y estará cerrado al tráfico, por lo menos hasta las once de la mañana. Les recomendamos que eviten la SR 520, puesto que su carril derecho se ha visto afectado…
La caricia de Anastasia en mi pelo se mezcla con el sonido de las noticias de la mañana, que rugen desde el despertador. Pesadamente, lucho por abrir los párpados, sorprendido de que haya llegado a sonar la alarma. Siempre estoy levantado antes. Cuando lo consigo, Ana me mira dulcemente. Tiene los ojos y los labios un poco hinchados, en el gesto infantil del sueño.
- Buenos días, preciosa –saludo, aclarándome la garganta.
- Muy buenos días, precioso tú también –responde sonriendo, y sin dejar de acariciarme.
Me incorporo para besarla.
- ¿Ha dormido bien, señorita Steele?
- Así es, muy bien… Si no tenemos en cuenta la interrupción de anoche, claro –dice, risueña, refiriéndose a nuestro encuentro nocturno en el piano.
- Nena, puedes interrumpirme así siempre que quieras –respondo yo, sonriendo.
- Anda… golfo –me besa dulcemente, y me muerde el labio inferior. Siento cómo mi miembro se endurece de nuevo, recordando lo de anoche-. ¿Y tú? ¿Has dormido bien, precioso?
- Contigo siempre duermo bien, Ana.
- ¿Y ya no tienes pesadillas?
- No –miento, piadosamente. Pero es cierto que hoy he dormido plácidamente, sin que nada saltara indeseadamente a mi cabeza.
- ¿Sobre qué son tus pesadillas, Christian?
Mis pesadillas… Esos sueños turbadores que sólo he compartido con Flynn, y no siempre del todo sinceramente. Esas fantasías crueles en las que suele colarse mi madre biológica, y el cabrón que se la tiraba. Y la mató.
- Son básicamente, imágenes de cuando era pequeño –confieso, buscando una forma suave de no mentir y de no contar toda la verdad-. O al menos eso me ha dicho el doctor Flynn. Unas son más claras que otras… No siempre son iguales.
En las últimas ha aparecido Anastasia. Mezclada con Elena, mezclada con mi madre y con Grace. Y la única que es real, que me atormenta cuando me despierto, es la imagen de Ana. Y es ésa, curiosamente, la única que no nace en mi pasado, sino en mi presente. En mis sueños Anastasia parece tan de verdad como ahora. Su piel es igual que en la realidad, el tacto de su pelo, la intensidad de su mirada… Con la yema de los dedos recorro su rostro, ése que conozco tan bien y que aparece tan claro cuando la sueño.
- ¿Y te despiertas gritando, o llorando?
- No, Ana. Yo no lloro. Nunca lo he hecho. Nunca, que yo recuerde.
Pero no es cierto. Lloré. Lloré en aquella casa de acogida de la que me rescataron Grace y Carrick. Lloraba escondido en el armario en casa de mi madre. Lloraba con la cara aplastada sobre la alfombra verde, y sucia, sobre la que tantas veces me golpeó el maldito cabrón que destrozó mi vida. Y la de mi madre también.
- Pero, ¿no tienes ningún recuerdo feliz de tu infancia?
Busco en mi memoria. Incómodo. No me gusta hurgar ahí, en mis sombras. Continúo acariciando a Ana para que haya algo que me sujete aquí, que me recuerde que entre estas sábanas, con esta mujer, no soy vulnerable. Con la mirada perdida más allá de las cortinas, hago el esfuerzo… Para Anastasia es importante. La voz de la radio sigue dando noticias. Me afirma, me sirve para saber que estamos aquí, ahora, que aquello ya pasó, y como tal tengo que contárselo. Al menos, intentarlo.
- Recuerdo a mi madre, a aquella puta adicta al crack que me trajo al mundo, cocinando algo, en el horno. Tengo un vago recuerdo del olor a pastel. Me parece que era una tarta de cumpleaños –lo que no recuerdo, pero eso no se lo digo, es si era el mío… probablemente no-. Y después recuerdo la llegada de Mia, cuando ya vivía con mis padres, con Grace y Carrick. A Grace le preocupaba cómo iba yo a reaccionar, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. Su nombre fue la primera palabra que dije. Mia…
Anastasia sonríe, me escucha y se deja acariciar.
- También recuerdo la primera lección de piano. La profesora era la señorita Kathie, era estupenda. ¿Sabes? Criaba caballos también.