Capítulo 33.2

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Hace una mañana de domingo radiante en Seattle. De esas que parece que la lluvia mínima caída por la noche haya limpiado cada rincón oscuro de la ciudad, y haya retirado cada mota de polvo viejo. O tal vez soy yo, que me siento así. Familias paseando, perros, picnics en los parques. En la radio suena Eva Cassidy, en comunión perfecta con mi estado de ánimo, con el de la ciudad, en una sinfonía perfecta.


  • Tenemos que desviarnos un momento –le digo, frenando y girando ligeramente hacia las afueras-. No tardaremos-. Iremos al embarcadero después.

  • Claro, como quieras. No hay prisa.


Despacio entro en el aparcamiento del concesionario y escruto la cara de Anastasia por el rabillo del ojo al mirar el enorme letrero de Saab.


  • Tenemos que comprar un coche para ti.

  • Esto es un concesionario de Saab, Christian. ¿Qué ha sido del Audi A3 que iba a tener listo mañana?

  • He pensado que te gustaría variar –y a mí también.

  • Pero, ¿un Saab? –insiste.

  • Sí. Un modelo llamado 9-3. Venga, adelante.

  • ¿Tú qué tienes con los coches extranjeros? –dice, saliendo del coche.

  • Nada, salvo que los alemanes y los suecos fabrican los coches más seguros del mundo, Anastasia.

  • Pero creía que el Audi A3 ya estaba encargado.

  • No hay ningún problema, eso se puede anular. Te debo un regalo de graduación –digo, tomándola de la mano para entrar en la recepción.

  • No tienes por qué hacerlo, Christian, de verdad –dice, superada por el lujo que mi vida supone, y por lo poco acostumbrada que está a él.

  • Lo sé. Pero quiero hacerlo. Vamos.


No llevamos ni medio minuto parados en el mostrador cuando un comercial vestido de punta en blanco aparece del interior de las oficinas.


  • Muy buenos días, señores, ¿puedo ayudarles en algo?

  • Sí, queríamos un coche.

  • ¿Un Saab, señores? Maravillosa decisión. Son los coches más fiables del mercado. ¿Segunda mano?

  • Nuevo –replico, casi ofendido.

  • Fantástico. Estoy seguro de que podemos ofrecerle justo lo que busca. ¿Tenía pensado algún modelo, o le gustaría que les mostrara el parque disponible?

  • Un sedán deportivo 9-3 2.0T.

  • Oh –el comercial calla por un momento, saboreando por adelantado la comisión que se va a llevar con esta venta inesperada-. Excelente elección. Es un coche sublime.

  • ¿De qué color lo quieres, Anastasia? –pregunto, girándome hacia ella.

  • Eh, no sé… ¿Negro, como el tuyo? –titubea.

  • El negro es peligroso, no se ve bien de noche –replico.

  • Pero tú tienes un coche negro.

  • Anastasia… -amenazo.

  • Está bien. Amarillo canario, ¿contento?


Dios, amarillo canario. Esta mujer es incorregible. Con tal de llevarme la contraria…


  • Mira Christian, a mí me da igual. Elígelo tú. ¿De qué color prefieres que sea?

  • Blanco, o plateado –al fin, razonable.

  • Bien, pues plateado. Pero sabes que me habría quedado con el Audi –joder qué terca es.

  • ¿Y no le gustaría a la señora que fuera descapotable? También lo tenemos disponible.

  • ¿Descapotable? –no lo había pensado, pero podría ser-. ¿Qué dicen las estadísticas de seguridad de los coches descapotables?

  • Oh, no tiene de qué preocuparse, señor. En un coche plateado las estadísticas de no visibilidad en carretera son prácticamente nulas, y además la capota abatible permite purificar el aire del habitáculo, y refrigerar el motor desde ambos lados. En los últimos años, además, se ha comprobado que quienes conducen un descapotable son amantes de la carretera que saben disfrutarla sin correr ningún riesgo. Conductores que saben que entre las piernas llevan una máquina potente y no un juguete.

  • Perfecto.

  • Bien, permítame ir a consultar en qué concesionario lo tenemos disponible. ¿Para cuando lo querrían?

  • Para ayer, a ser posible.

  • Haré lo que pueda, señor.


Cuando el comercial vuelve detrás de la pecera de su oficina Anastasia pasea entre los deportivos sonriente, feliz, buscándome con la mirada.


  • No sé qué ha tomado, señorita Steele, pero a mí me gustaría también tomar un poco de eso.

  • Lo que me he tomado es una ración de señor Grey –respode, cariñosa, besándome.

  • ¿En serio? Pues da la sensación de que estás un poco borracha –digo, devolviéndole el beso-. Muchas gracias por aceptar el coche.

  • Bueno, en esta ocasión no se trataba de un Audi A3. Tener un coche de no sumisa lo hace más fácil.

  • No era un coche para ti.

  • Pero a mí me gustaba.

  • ¿Señor? –nos interrumpe el comercial-. Tenemos uno disponible en nuestro concesionario de Beverly Hills. Podría estar aquí pasado mañana.

  • ¿Es de gama alta? ¿Con todos los extras? –pregunto, para asegurarme de que ha entendido lo que quiero.

  • Así es, señor. La más alta.

  • Excelente. Nos lo llevamos entonces.

  • Si quiere acompañarme, señor Grey, cerraremos el papeleo inmediatamente.

  • Ahora vuelvo, Anastasia.

Pasamos a su despacho, y me siento al otro lado de una mesa llena de llaves de coches, montones de permisos y notificaciones municipales. Mientras el comercial, Troy algo, rellena los papeles con mi documentación, echo un vistazo a las cosas que decoran su despacho. Fotos de familia, recortes de periódico, una pelota de baseball… El mío es tan diferente. El mío es minimalista, no hay nada más que un jardín japonés en una esquina que colocó un decorador de interiores. Todo zen, todo orientado a donde tiene que estar para que las energías se alineen y fluyan. Pero nada personal. Ahora podría cambiar. Ahora tengo algo personal que me gustaría tener cerca cada minuto que pasara en el despacho lejos de Ana. Cuánto ha cambiado mi vida. Cuánto.


  • Gracias Christian. Gracias, gracias.

  • Es un placer, Anastasia. No tienes que agradecérmelo.

  • ¿Quién es? La mujer que canta.

  • Es Eva Casidy. ¿Te gusta?

  • Sí, tiene una voz preciosa.

  • La tenía.


Tomo la carretera en dirección al club náutico, y al pasar por delante, antes de girar, recuerdo que Anastasia no ha terminado de desayunar. La doctora Greene nos ha interrumpido. Tiene que comer, lo demás puede esperar. Iremos al restaurante de Dante.


Dejamos el Audi en mi aparcamiento del muelle y nos dirigimos paseando por el malecón, contemplando cómo el agua mece los barcos. Los mástiles crujen con la brisa, los peces saltan entre ellos.


  • ¿Tienes frío? –pregunto, apretándola contra mí al sentir la brisa del mar.

  • No, sólo estoy contemplando los barcos. ¡Hay muchísimos!

  • Yo podría pasarme el día aquí, mirando el mar. Ven aquí. Comamos.


El local de Dante está casi vacío, es temprano todavía. Como siempre, a estas alturas de la temporada, luce radiante, recién pintado. El cartel de SP resalta contra el cielo azul, y una gaviota se posa en él. No podría haber ordenado un día mejor.


  • ¡Señor Grey! ¡Muy buenos días! –me saluda el propietario, desde detrás de la barra.

  • Dante, buenos días.

  • Adelante, por favor –nos invita a tomar asiento en dos taburetes en la barra.

  • Esta es la señorita Steele, Dante.

  • Bienvenida al local de SP, señorita. Los amigos del señor Grey son nuestros amigos.

  • Igualmente, pero por favor, llámame Ana.

  • Ana. ¿Qué queréis tomar? –pregunta, sin dejar de pulir la limpísima barra blanca.

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